Puigdemont logrará pasar a la historia. Pero, además de por patologías evidentes y su indiscriminado afán por dispersar el “virus in-DP”, por algo que nos hará mucha ilusión.
Su presencia en Madrid para jurar la Constitución, a cambio de una rúbrica que le habilite como europarlamentario, será un momento histórico. Empieza la cuenta atrás para que, pisado suelo patrio, los cuerpos de seguridad del Estado hagan su trabajo y lo lleven a su nueva residencia, la celda, pasando a ser un recuerdo su espléndido tiempo en la mansión de Waterloo y sus ilusiones de mentir, blasfemar y renegar de España desde Bruselas.
Humillar a los españoles debe tener su coste, sin que medien rebajas por desequilibrios mentales que, a pesar de aparentarlos, no existen. Él y sus lacayos merecen la máxima pena que se recoja en el ordenamiento que pretendieron anular.
En dicho sentido, partiendo de que para el segundo de a bordo se está planteando una pena de 25 años, para el fugado en un maletero de coche, sin arrepentimiento y sin cesar en su empeño por dar la paliza y tocar las narices, al menos debería plantearse esa misma pena. Aunque, como ya he dicho otras veces, debería analizarse la posibilidad de incluir este caso como razón de prisión permanente revisable, si tenemos en cuenta el riesgo potencial que ha supuesto el haber alimentado el odio y enfrentamiento de la sociedad. Nunca llegaremos a saber lo cerca que hemos estado de que prendiese la chispa.
Yendo un paso más adelante podría valorarse que, habiendo intentado hundir y romper el Estado, quede imposibilitado para vivir a su costa. Es decir, estudiar la posibilidad de que la manutención y alojamiento en sede penitenciaria, en casos como éste, se sufrague con el patrimonio del penado. Puro sentido común.
Centrándome en la realidad actual, sumando 25 a los 57 años que cumplirá este año, podemos pronosticarle una salida octogenaria. Por tanto, sabe que se juega mucho con su visita protocolaria y que muchos estamos ansiosos con ella.
Puede tener claro que los catalanes que nos hemos sentido humillados por su conducta estaremos muy atentos, cuidando que la legalidad se cumpla y que, pese a las tormentas, las ratas no salgan de sus cloacas. No habrá buen comportamiento que valga. Da igual si se hace la cama, se come las verduras o limpia las letrinas a diario. A falta de una pena merecida de cuatro dígitos, los cinco lustros serían apropiados para servir de ejemplo y, como quiere, pasar a la historia como el gran malhechor que ha sido.
Dicho lo anterior no todo es color de rosa. Debo reconocer que cunde cierta preocupación. Las intenciones de la Generalidad, al manifestar que piensan contradecir las sentencias y abrir las cárceles catalanas para esta chusma sediciosa, son poco halagüeñas. Se trata de una situación que sonaría a risa si no fuese porque vivimos en pleno «sanchismo», lo que hace que esa conducta no sea del todo descartable. Esperemos no vivir ese mayúsculo ridículo patrio que sería el colmo de los colmos.
Javier Megino