Es curioso. Vivimos en un país en el que la altiva chulería es uno de los símbolos representativos de nuestro carácter. Causa desconocida, pero apostaría por este clima envidiable y nuestra privilegiada ubicación en el planeta.

En efecto, condicionados por esa idiosincrasia latina somos capaces de alardear del aguante tomando gintonics sin caer de bruces, de los ligues promiscuos y solapados que somos capaces de compatibilizar, de las subidas y bajadas sin descanso que hacemos al pico más próximo a casa, de las flexiones que hacemos a una mano o de lo poco que nos importa que nuestro coche de 400 caballos se deje un par de euros en cada acelerón. La imaginación al poder.

Es nuestro carácter español. Va en nuestro ADN. ¿alguien duda que una veintena de españoles de buen cuño no seríamos capaces de conquistar el mundo en cuanto lo decidamos? …el único problema es llegar a un acuerdo entre todos para elegir el día, la fecha y la hora de partida. Sin que haya madrugones, cerrando un acuerdo respecto de las horas de siesta, siendo eficientes al llenar el zurrón y decidiendo sin pelearnos entre llevar tortilla con o sin cebolla.

Somos tan chulos que elegimos como presidente del Gobierno al que más despunta en dicha faceta. Poses, caminares y actitud nos han cautivado y, haga lo que haga, derroche lo que derroche, pacte con quien pacte y nos humille como nos humille, para el vulgo es el mejor ejemplo de lo que somos y hay que respaldarlo pese a llevarnos a un callejón sin salida o, en el mejor de los casos, al precipicio.

Pero rezumar actitudes chulescas y barriobajeras sin importar el ridículo es una cosa y reírse de todo, incluyendo uno de los pilares fundamentales de nuestro Estado de derecho y nuestra sociedad, es otra.

Hacer de la Justicia el hazmerreír, apostando con luces y taquígrafos por la repetición de las maldades sin tapujos, con sumo desprecio y los poros abiertos para exfoliar talante fascista, no debe estar permitido y conviene que se traguen su chulería.

Poner en jaque al sistema, despreciando nuestros jueces y abogando por la reincidencia, no puede quedar en el olvido y blanquearse. Se merecen la pena máxima, sin remilgos y sin ningún tipo de compensación por mucha necesidad que se tenga de sus votos, apoyos o respaldo. Contundencia y ejemplo, olvidémonos de indultos, comprensión o cualquier tipo de conversación o negociación con toda esa chusma lazi.

Se ha juzgado un GOLPE DE ESTADO y lo que procede es decidir las décadas de prisión que han de pasar entre rejas. No hay que tener pudor al sentenciar a un golpista por serlo, como tampoco puede negarse la condición de violador a quién admite que lo es y, tras juzgarlo, se ha dictaminado que esa es su condición. No me imagino a un violador avisando, durante la toma de decisión de su sentencia, de que piensa volver a violar en cuanto pueda.

Evitemos que a los golpistas se les pase por la cabeza volver a intentarlo, esperando un ejemplar castigo que sea suficientemente didáctico y comprendido por todos y para siempre.