Concepto que adquirió su importancia hace ya muchos siglos, en la antigua Crecía, en la Atenas de Pericles, cuando los grandes pensadores, los denominados filósofos, aportaban a la sociedad sus ideas, sus reflexiones y con ellas facilitaron que el ser humano encontrase su esencia, vivir y llegar a ser libre. Desde entonces muchos han sido los avatares, la rueda del tiempo dilatada, los avances y retrocesos también, pero por encima de todo ello está el esfuerzo humano por superar las dificultades que el mismo genera.

Según Aristoteles el hombre es un ” zoom políticón “, capaz de desarrollar su dimensión social, de vivir en una ciudad. Y posiblemente esa faceta la hemos olvidado al dejar a unos pocos, la clase política, esa capacidad de la que todos somos responsables. Estamos aturdidos de ver cómo nos ningunean, olvidan nuestras principales necesidades y cómo sólo están pendientes de los intereses sectarios de grupo o sea de sus siglas.

Han habido elecciones municipales, autonómicas, generales y después de varios meses aún estamos faltos de puestos de dirección en activo y el más flagrante, el de la Nación. Preguntas constantes: ¿Con quién pactamos?, ¿Qué conseguimos?, ¿Presupuestos ?. La foto, los pasacalles, el micrófono y en presencia de los periodistas. Escenarios circenses que nos golpean cada día e impiden gobernar y solucionar los graves problemas que nos presionan, entre ellos el reto a la estabilidad del Estado provocado por un golpe institucional desde el poder autonómico. Nuestra transición democrática digna de admiración ha sido falseada, alejada de lo que en un principio pretendía: un sendero hacia la reconciliación, olvidar lo que nos había separado y entrar por la puerta grande del Estado de Derecho.

Hace unos años nadie nos hubiera dicho que los partidarios de los etarras iban a entrar en un posible pacto de investidura, que los secesionistas pondrían apuntillar a la Nación a cambio del apoyo prestado al señor Sánchez y que para conseguir el puesto de Jefe del Ejecutivo todo valiera. Los niveles de exigencia se han devaluado con tanta intensidad, que cualquier ambición tiene su espacio y también el apoyo del voto ciudadano. En conclusión el deterioro es una cosecha compartida por la falta de albedrío, la facultad humana de obrar por propia elección para apoyar u oponerse a propuestas fuera del control individual. Proliferan concentraciones, avalanchas callejeras al grito de frases acuñadas por intereses ideológicos, quejas teledirigidas bajo el control férreo de cabecillas, cabecillas con un proyecto nada ajustado al marco legal.

Y mientras tanto las propuestas de reforma, de solución a los déficits que ahogan a la sociedad, la preocupación por las pensiones futuras, la critica situación de la calidad en la enseñanza, el adoctrinamiento en las aulas, la emigración incontrolada, la subida de los índices de inseguridad en las calles, están paradas. Desajustes a los que los cargos públicos están obligados a responder, la finalidad de las urnas no es otra que ésta, medidas certeras. En su lugar se han concedido subida de sueldos a equipos consistoriales y ayudas ecconómicas a los “menas” emigrantes, por destacar algunas medidas tomadas.

Todas estas interferencias de índole partidista o populista, están menoscabando la confianza que debe existir entre los ciudadanos y sus representantes. Nunca como ahora está tan clara la necesaria reforma del espacio de actuación de las fuerzas políticas y el de la sociedad. Los partidos son instrumentos mediadores, no protagonistas pues esa función está en el pueblo soberano y es ahí donde han de beber nuestros representantes. Las iniciativas, debatidas en el Congreso de los diputados y en las Cámaras autonómicas, han de ser inspiradas por los problemas reales, por las necesidades culturales y éticas de la ciudadanía.

Ser político es servir, cuidar, atender en tiempo acotado por legislaturas, no un estatus profesional al que se llega para mantenerse en él durante el mayor tiempo posible.

Ana María Torrijos