La pugna entre el Yo y el Nosotros siempre ha estado presente tanto en el ámbito social, en el cultural como en el político y ha dado resultados muy variados. En el contexto presente, en un Estado de Derecho, el espacio que cada uno de estos dos conceptos debe ocupar está bien delimitado por la Constitución. El voto es individual, de la persona y secreto, pero lo cede a un partido, a un grupo organizado con el fin de conseguir mayor eficacia y la gobernabilidad del país. Si ambos elementos mantienen sus espacios de actuación y se respetan, pueden ofrecer una convivencia estable y con futuro.
Pero hay quienes pretenden en este escenario introducir el término colectivo. La identidad con su dosis de irracionalidad, empieza a estar presente en muchas conciencias. Conciencias huérfanas de un cuadro de valores que les dé vida y les haga sentirse útiles frente a los demás.
Una sociedad mayoritariamente urbana, en la que sus miembros por falta de alicientes al margen de los materiales se sienten en las aglomeraciones solos, es un campo predispuesto al engendro identitario. Si mujer, has de apoyar el feminismo doctrinario, si demócrata, no puedes salirte de las tesis mal llamadas progresistas, si naturalista, obligado a apoyar a los ecologistas subvencionados por élites interesadas, si amante de los animales, lo primero será asumir la supresión de las corridas de toros, por ello están los animalistas en la calle, desnudos y regados en sangre. Se podría seguir enumerando ejemplos varios, pero lo que queda claro es la presencia de movimientos de presión, cada vez más fuertes que a grito desgarrado no reivindican sólo sus tesis sino que también estigmatizan al que no las acepta.
Identidad, palabra cabalística. Y el ciudadano falto de referencias por su dejadez, por su “ que no digan “, se acomoda a lo fácil y asume la palabreja que es lo opuesto a ser individuo.
Los líderes “ carismáticos “ necesitan reconducir las opiniones a una única y ensalzarla a límites máximos, un credo nuevo ante el que arrodillarse y rendir pleitesía. Todo aquel que no haya podido realizarse sea en lo personal o en lo profesional, le compensará formar parte de los elegidos, de un colectivo superior, una identidad única. No se necesita incentivar las capacidades de la inteligencia, eso sí, repetir las bonanzas del elixir afrodisiaco. A la falsa igualdad, esgrimida hace ya tiempo por algunos sectores políticos demagogos, no una igualdad ante la ley y en derechos, sino una igualdad en mediocridad, consecuencia de planes educativos mínimos, se ha sumado una inmersión lingüística injusta que ha llevado al fracaso escolar a bastantes alumnos, futuros ciudadanos, poco acostumbrados a superarse y a conseguir sus apuestas por sí mismos, materia gris sobre la que trabaja la maquinaria que desea una masa humana monolítica, adoctrinada en las aulas por medio de la manipulación de la Historia para que se convenza de que alcanzar la identidad la llevará al paraíso.
Un panorama nada favorable, muy alejado del que necesita un sistema democrático de derecho. Un modelo que implica al individuo como tal, libre de ataduras ideológicas que sieguen su capacidad de valorar lo que es necesario apoyar en cada momento, convencido de que cada decisión es un paso hacia la libertad, la libertad de él y la de los otros. Una libertad que le dignifique y para conseguirlo hay que respetar la ley. Si disminuye el vigor de la ley, la inseguridad nos impedirá ser libres.
Con estos postulados bien interiorizados, confiemos en las sentencias sobre el “ Procés “, se ajustarán al marco legal y se pondrá un stop a lo identitario, conseguiremos quitarnos de encima el fantasma de lo colectivo y podremos iniciar una vuelta a la persona, a sus derechos y deberes en sociedad. Muchas son las reformas pero el premio lo vale, la Libertad.