El pasado lunes 30 de septiembre tuve el privilegio de participar como invitado en un pleno del ayuntamiento de la ciudad que me vio nacer. Reconozco que, aunque sea en el gallinero y con la tarjeta de “visitant” en la solapa, tiene su gracia.

Pasear por el interior de un edificio del que solo conoces su fachada, vista en numerosas ocasiones coincidiendo con las manifestaciones que hemos programado con final en la Plaza de San Jaime, tiene algo que genera respeto, orgullo y confianza.

Es mucha la historia y trascendencia del edificio y el salón de plenos en el que, se supone, participan los sabios que han sido elegidos por los barceloneses.

Sabiduría y cordura que se pone a disposición de la ciudad con el ánimo de brindar lo mejor de sí, para decidir con ahínco y eficiencia lo mejor para el bienestar y progreso de los ciudadanos.

Al hablar de cordura se sobreentiende que todas las decisiones se enmarcan y circunscriben a una legalidad que, de forma educada y consecuente, debería transmitirse con orgullo de generación en generación.

Esa creencia o suposición de existencia de rigor, cumpliendo con los compromisos asociados a la función pública, ves que queda en entredicho cuando toca ser testigo de un festival de improperios en donde queda demostrado que prevalece la política partidaria frente a la decencia y el sentido común.

Ser partícipe, entre el público, de cómo se arrogan unos derechos demócratas los que han optado por dar golpes de estado y saltarse las normas, teniendo incluso a representantes en la cárcel esperando condena, genera bastante malestar entre cualquiera de los que seguimos confiados en la validez de la ley. Con la sana intención de que dicha creencia se traslade a los que vienen detrás, como baluarte o principio básico que legitima el funcionamiento de una sociedad.

Personalmente, vivir en directo el paripé, con la espectacularidad de ver un partido político que muestra la foto de un encarcelado por golpista y delincuente, enrocando sus posturas para mantenerlas alejadas de la razón que impone la legalidad, genera mucha pena y desconfianza en el progreso social.

Permitir una foto como la aludida mientras se decide, tras votación nominal, en contra de un fallo judicial que exige la presencia de S.M. Felipe VI de forma destacada en el salón de plenos, está fuera de lugar.

Parece que no han entendido que esa toma de decisión debe dejarse absolutamente al margen de si se está a favor de la Monarquía o no. El tema va de cumplir los mandatos judiciales, sin más que debatir.

La asociación interesada de conceptos como modernidad y progreso con republicanismo es sólo una opinión que, como saben de maravilla hacer los separatistas, pretende manipular y adoctrinar a los que están madurando, poniendo en valor lo reaccionario frente a, por ejemplo, cumplir los fallos judiciales. Ojalá la Ley ponga en su sitio a todos los incumplidores.

Creerse el ombligo del mundo y que las decisiones municipales son prevalentes, por encima de otras de rango superior, muestra la denigrante imagen de los carentes del sentido del ridículo que anteponen, sin tapujos, su enfoque separatista.

Todos los allí presentes disponen de nómina porque así lo ampara y acredita una Constitución que, en muchos casos, no respetan. Y la mayoría de presentes y con derecho a politiquear con sus intervenciones, incumplen esa idea preconcebida y deseable de que se elige a los más sabios para representar a la ciudad.

El ambiente que han querido trasladar algunos con sus inflamas republicanas sobra, cuando lo didáctico es demostrar a los jóvenes que una sociedad evolucionada lo es por cumplir con las normas y legalidad que definen el marco de convivencia.

Hoy, esperando que sea sine die, corresponde que el jefe del Estado presida el salón de plenos, como debe suceder en todo el país. Salirse por la tangente, sin aprobar algo que no debería ni debatirse es, sin más, una auténtica vergüenza.

Esto es lo que nos toca aguantar a los legales y leales.