La sentencia esperada ha sido el punto de partida para un símil de película bélica que difícilmente superaremos los catalanes. Su argumento, léase el dictamen judicial, es tan decepcionante que ha logrado frustrar a todos.
Unos, los ciudadanos leales y legales, por no entender cómo puede salir tan barato dilapidar la Ley de leyes en una parte de la nación. Otros, los abducidos por el separatismo, al creer que era viable un final en formato salida con honores, declaración en favor de los políticos presos y absolución.
Estando entre los frustrados por defecto no alcanzo a comprender que puedan salir de la cárcel, en unos pocos y ridículos meses, aquellos que han derrochado esfuerzos por romper España liderando un proceso paranoico y, evidentemente, violento.
Mis sospechas, que creo pueden ser compartidas por muchos, se alinean con una idea que desearía fuese falsa y equivocada, al pensar que ha podido haber intromisión interesada del poder político en las tomas de decisión judiciales. Una posibilidad que iría más allá de la mera humillación de muchos patriotas, al llegar a cuestionarse, incluso, la separación de poderes de Montesquieu.
Si alguien pudo pensar que suavizando las penas se iba a evitar el colapso, sencillamente se equivocó. La sentencia ha sido una mera excusa para aflorar la violencia que llevan dentro los fanáticos separatistas. El alcance de las penas es secundario, el circo estaba montado y planificado independientemente de ello.
Es difícil entender lo que está pasando, si partimos de la idea consolidada de que la sociedad catalana es próspera, avanzada e inteligente, haciéndose inconcebible y degradante ver en qué se ha convertido una ciudad envidiable como es la Ciudad Condal.
Por mucho que se digan “gent de pau i pacífica” la realidad es que la desgracia se ha asentado en Barcelona. Un destino definitivamente excluido para turistas, empresas e inversores. La violencia, como cada vez que asoman la patita los separatistas, se ha hecho dueña de las calles.
La barbarie de los fanáticos y adoctrinados jóvenes se va a combinar el viernes con la llegada de los abuelos de la Cataluña profunda, de paseíllo desde hace unos días para unirse a la fiesta el viernes en la capital catalana.
Es muy desalentador ver tanta juventud fanatizada y radicalmente convencida a base de tergiversación y mentiras. Y muy frustrante ver como se les incita a salir a la calle para pedir imposibles, destrozando su propio futuro al ahuyentar la prosperidad.
En esta coyuntura es necesario que el Gobierno deje de hacer el paripé, adoptando ya medidas proporcionales al caos que vivimos. Se hace difícil de entender el pasotismo del gobierno en funciones ante todo lo que está pasando.
Solo una retirada sine die de las competencias de la Generalidad, con la aplicación de un 155 severo, puede solucionar este mayúsculo desaguisado. Cuanto antes se debe educar a los jóvenes sin contaminaciones por adoctrinamiento separatista, acallar a los medios incendiarios que lo alimentan, asegurar la fidelidad constitucional de todos los cuerpos policiales y, en definitiva, ser firme al poner en valor nuestro estado de derecho.
Aplicar la legalidad es lo que se espera y desea. No es ningún problema imponer medidas cuando son necesarias. Se entenderá en todo el mundo. Lo incomprensible es no hacer nada y tener sensación de abandono.
Urge evitar la proliferación de consignas sediciosas, rebeldes y violentas alimentadas por la maldad de los que sienten frustración por lo que ha sido un fallo judicial que, por defecto y laxitud, tampoco gusta en el otro bando, pero que debemos acatar todos.
Esperemos que, si no hay solución antes, tras las elecciones de noviembre los que vengan lo tengan más claro y sepan tomar las decisiones oportunas y deseables que nuestra nación necesita, sin el lastre de tener que contentar a escondidas a los que andan detrás de todo este follón y pudieran necesitarse.
Mientras, en un episodio más de victimismo y sinrazón, vemos a la marioneta que encabeza el gobierno regional aludiendo a “grupos de infiltrados” como causantes de los males. Si se está refiriendo, por ejemplo, al separatista que agredió a nuestra amiga de Tarragona, realmente el término que corresponde es el de “grupos de adoctrinados”.
Para el común de los mortales queda claro que, detrás de tanto odio los que realmente están son los que el propio presidente de todos los catalanes pidió que apretasen. Ellos cumplen lo que se les pidió.