No es necesario militar en partido alguno, lo cual es legítimo y loable, para tener un criterio maduro y sólido sobre la España que uno quiere y la que no quiere. Ni es necesario tampoco repartir adjetivos acusando a nadie de ladrón, fascista, marxista, terrorista, facha o machista, por votar a una determinada sigla, como si cada cual no pudiera elegir la que más se aproxime a sus creencias, sus ideas o convicciones.

Basta con no aplaudir a quienes durante décadas en la alternancia de gobierno se han dedicado a regalar cotas de poder a quienes nunca saciaron su ansia y sus aspiraciones rupturistas, dejando una Cataluña rota, enfrentada y llena de odio que estos días estamos sufriendo, ante la manifiesta incapacidad de actuar frente a la sinrazón de la violencia, mientras Barcelona arde y se quema por fuera, pero sobre todo por dentro.

Nadie debería ser tachado de racista por no querer una España sin control de fronteras, donde la mano de obra barata crece exponencialmente, mientras quienes llevamos toda una vida trabajando en la misma empresa vemos nuestros derechos recortados, pisoteados y sometidos a la voluntad del todopoderoso patrón conocedor de la cola de voluntarios que hay dispuestos a hacer tu mismo trabajo por miserables sueldos.

Nadie tampoco debería ser considerado machista por no defender los falsos feminismos de pandereta y despelote que satanizan a los hombres sin aportar solución alguna, mientras mujeres, hombres y niños siguen siendo víctimas del acoso y la violencia física o psicológica de quienes abusan de su condición, en la privacidad de la casa o en la jerarquía de un puesto de trabajo.

Ni se convierte nadie en homófobo por denunciar la hipocresía de quienes creen que aplaudiendo grotescos carnavales de despiporre, exhibicionismo y promiscuidad defienden con ello dignidad alguna.

Nadie debería de ser tachado de “facha” por rechazar absurdos “progresismos” desentierra muertos que nos retrotraen cada vez más al pasado, arruinando nuestro futuro, o a los que van de líderes de los pobres desde sus mansiones de lujo, tratando de dar lecciones de humildad.

Quiero una España donde la libertad sea para todos y donde la pluralidad que se le exige sea también respetada en cada una de sus comunidades. Una España donde se respeten a las personas sea cual sea su condición, donde se defienda a los más vulnerables, mujeres, hombres o niños, sin satanizar a nadie. Una España donde se trate con humanidad a los que huyen del hambre, apostando por soluciones para que no tengan que hacerlo y evitando que el éxodo descontrolado suponga precariedad y humillaciones para las clases más humildes de este país.

La España que no quiero, es una España de diecisiete cortijos en manos de separatismos rupturistas que persiguen fanáticamente su destrucción, o envenenada por feminismos cargados de odio o dirigida por progresismos de pandereta.

La España que no quiero, es aquella donde solo lo políticamente correcto pueda ser defendible y donde se etiquete o linche verbalmente a nadie por defender lo que no toca, según las modas ideológicas de los tiempos.

Esa es la España que no quiero.

Albert Hidalgo (Colaborador)