Necesitamos enraizarnos, saber dónde estamos, nuestros padres, amigos y todo lo que nos da seguridad ante un mundo cargado de interrogantes e incluso sobrecogedor. Te inscriben, el registro, la escuela y una localización nacional. En las aulas los conocimientos de Geografía, de Historia te aseguran el espacio y te permiten saber lo que sucedió y quién protagonizó aquella heroica hazaña en el pasado.
A partir de aquí un futuro por conquistar, para incorporarlo en el haber de todos y darle ese sello personal que te hace sentirte satisfecho, único entre muchos. Ese equilibrio si no se cuida, puede provocar un desajuste difícil de recomponer.
Los sucesos vividos en las últimas semanas en Cataluña, resultado de un paciente pero firme delirio, cargado de prepotencia y de ensoñación maligna, ha roto la convivencia y lo que es peor ha trucado el sentido de pertenencia. Lamentable es oír a jóvenes gritar expresiones acuñadas en la escuela y en los medios audiovisuales, alimentadas por el nacionalismo imperante, por la irracionalidad sin límites. Frases impropias de una sociedad cohesionada, de una juventud abierta a las reglas sagradas de la democracia, de unos políticos entregados al noble servicio en favor de la ciudadanía y del país al que representan, de unos jueces que no se dejan influir por presiones ajenas a su tarea de dictar sentencias ante infracciones de la ley y de unas jerarquías eclesiásticas dedicadas a la guía de los espíritus.
Caos, incertidumbre, preocupación, hasta rabia son los sentimientos que afloran. El aeropuerto ocupado, la estación, las calles, las autopistas pero el límite, el desenfreno ha estado en las universidades, centros del saber, asaltadas por jóvenes al servicio de un totalitarismo destructor. Un totalitarismo que les ha robado el derecho de ser ciudadanos, la libertad y la verdad para emprender luego una vida forjada por ellos mismos, no al servicio de una ideología nacionalista excluyente, clasista, racista.
Pero una ideología por muy perniciosa que sea, no puede conseguir controlar el espacio social si encuentra en frente una réplica clara, constante, bien estructurada. La situación actual es el resultado de años de atropello a las leyes y a los básicos derechos individuales y la ausencia por parte de los poderes públicos de unas medidas ajustadas al Estado de Derecho.
Al hacer balance de los años vividos en democracia, sobresale por encima de los momentos satisfactorios, una realidad cargada de incógnitas y preocupante hasta el extremo de que nos falta o estamos a punto de perder los distintivos de arraigo. Continuos desdenes, ataques e insultos a la nación que han ido forjando nuestros antepasados a lo largo de siglos y que hoy en día sustenta el sistema político que rige nuestra vida en común, han socavado los principios básicos de la convivencia. Sus símbolos menospreciados, el himno abucheado o enmudecido, la bandera quemada, su historia falsificada o lo que es peor, agredida con todos los improperios posibles para colocarla entre las peores, genocida es el calificativo que algunos de nuestros representantes políticos le dedican y para llegar al paroxismo, el Jefe del Estado abucheado y su retrato destruido por el fuego.
A los síntomas de la grave enfermedad que padece la sociedad española, aún hemos de sumar uno más y no menos importante, la dejadez académica en la que está inmersa la escuela. En ella no se ha hecho pedagogía de los valores democráticos, ni se ha enseñado a respetar el país en el que vivimos. La juventud desconoce su importante devenir histórico, su legado cultural y artístico, no tiene referencias de su riqueza geográfica, las autonomías gobernadas por el nacionalismo y las otras para emularlas, han hecho que todo termine en los límites regionales. Y el Presidente del Gobierno mientras ha estado en funciones, por sistema se ha apropiado de los resortes de la libertad y ha infringido la ley, en definitiva ha roto con la lealtad que debe a la Constitución. Ha acuñado como suyos los medios de comunicación, los Consejos de ministros, el periodo electoral, el CIS de Tezanos y hasta la Fiscalía.
Cabe preguntarnos ¿ qué nos quedará ahora que el PSOE ha vuelto a ganar las elecciones ?. Una victoria pírrica, con un panorama peor que el de antes de los comicios pero una victoria.
Es imprescindible recuperar el equilibrio perdido entre el Yo – el Nosotros y para ello debe primar el sentido de la realidad. La presencia de España debe estar en todas las instituciones, una normalidad requerida, cumplir la ley .
Ana María Torrijos