Pues ya está. Ya lo tenemos.
En una región de España de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un golpista inquisidor de los de lanza en astillero, “senyera” antigua, amarillo lazo y brazo hostigador…
En esta España por inútiles gobernada, se permite al funcionariado de una de sus regiones erigirse en permanente desobediencia y amenaza contra la nación cuyos poderes otorga, se fugan unos, se detiene, juzga y condena a otros y un par de años después, a los mismos y a sus bandas, se les les entrega el poder de ser decisivos en la gobernabilidad de la propia nación que tratan de derribar.
Así estamos, en brazos de un sociocomunismo empecinado en adoctrinar a nuestros hijos y contando con el aplauso de su imposición por parte de los mismos que critican y censuran la libre elección de asignatura católica que nadie les impone pero cuyo derecho pretenden impedir a quien libremente la elige como fuente educativa de valores, para unos hijos que pertenecen a sus padres y en ningún caso al Estado o al gobierno de turno.
No contentos con semejante disparate por la ambición de una poltrona, se disponen ahora a legislar para blanquear y suavizar a los que tan graves daños causaron a esta Cataluña dividida y enfrentada por el separatismo más totalitario desde la instauración de la democracia, de tal modo y manera que sus despreciables acciones habrán resultado de tal guiso blanqueadas, que a buen seguro habrán de producirse de nuevo, volviendo a ser una vez más el hazmereír de Europa, justificando tristemente el permanente ninguneo y desprecio de sus poderes judiciales con respecto a una España que por no haberse sabido respetar, respeto alguno recibe.
No amigo Sancho, que no son molinos de viento esta vez, que son gigantes blandiendo esteladas al viento, en busca de las codiciadas ínsulas de las que a buen seguro tratarán de echarnos, a menos que logren hincar de hinojos nuestras rodillas, bajo su sombra. Algo que no habrá de ocurrir, pues nunca ha habido, ni hay, ni habrá caballero alguno que se rinda sin librar batalla.
Puede que no tengamos más que una bacía por yelmo, un temeroso escudero y un demacrado caballo, pero mientras tengamos la firme determinación de mantenernos erguidos, por la defensa de nuestra tierra, nada debería, ni podrá doblegarnos.
Albert Hidalgo