La he vivido y disfrutado mucho antes de que se hiciera mayor ahora y anduviera de boca en boca. Hace ya muchos años, cuando tres íntimos compañeros de carrera, viviendo alejados, decidimos que no había mejor terapia para conservar la amistad que el regarla, perdiéndonos anualmente y por mayo en bici, en una región de nuestra increíble, maravillosa y querida España. Así es que, alejados de trabajo, familia y todas las toxicidades de la vida moderna, pudimos recorrerla viviendo experiencias tan constructivas como inolvidables. Y como Magallanes hiciera con sus etapas hasta dar la vuelta al mundo, nosotros pudimos recorrer, vía caminos posibles, desde La Coruña a Valencia y desde Sevilla a Santiago, mientras veíamos por sus mil rincones a sus menguados héroes, viviendo como auténticos Robinsones del medio rural, en aquellas como islas desiertas sin nada ni nadie, en sus paradisíacos pueblos, antaño tan sostenibles y llenos de vida, con casi todos los servicios a su alcance, pero de los que sus vecinos tuvieron que emigrar, porque los políticos de turno, siempre instalados en el cortoplacismo consabido, sólo pensaron en polígonos y más polígonos industriales, en aquellas regiones a las que había sempiternamente que contentar con el “panem et circus” tan necesarios para su amansamiento y doblez social.

La visión corta capaz de generar tanto el monstruo que nos ocupa, de la España vacía, como el del Procés, por haber mirado para otro lado, aunque en otro orden de cosas. Con ello, bien es verdad que llenó las neveras vacías de muchos necesitados españoles, pero como efecto secundario inevitable, iba vaciando nuestros pueblos, en los que han quedado sólo los auténticos y escasos supervivientes de la necesidad y el silencio. Las pobres gentes que apenas necesitan nada para nada.

Oiga, ¿pero es que no hay mujeres por aquí? Preguntaba en aquellos viajes a dos viejecitos de una aldea soriana.

No, mire sr. turista, aquí las mujeres están tan claras como los obispos…con una por provincia y no en todas. Fíjese que aquí, por la guerra, hasta ni nos enteramos ni murió nadie, porque es que éramos tan pobres, tan pobres, que es que no teníamos ni ideas,se nos respondía esbozando una picarona y tímida sonrisa. Sentados ellos, dos pobres viejos, en el lado soleado de la tapia, mientras se descuajaban la mandíbula a bostezos, viviendo en aquél silencio ensordecedor, sin tan siquiera tener la suerte de poder disponer de alguien a quién abrazar, y con la sola compañía del recuerdo de aquellos años en que había médico, maestro , guardia civil y hasta cura para dar el pasaporte. Cosas luego desactivadas por los gobiernos de turno, para dejarlos llenos de la maleza-selva virgen de los mil incendios, como de todos los jabalíes del mundo, tan invasores los unos como los otros.

Pero aquellas espantosas ciudades, nacidas al necesario calor del cuerpo, comidas ya, han caído en la cuenta de que por vivir sólo de pan, su insatisfacción es lamentable y han decidido caer en el neoromanticismo de la vuelta a la tierra, alejarse en suma de toda la pornopolítica e infoxicación actual, tan aburridas como cansinas. Volver a la naturaleza, al relajante alimento espiritual, tan lleno de sosiego, como de calma y silencio enriquecedor.

Había pan en la ciudad, es verdad, aunque algunos tuvimos que buscarlo entre espinas, pero ellas, las ciudades con su falta de alma, han acabado por enseñar el camino de progresar, aunque sea dando un paso atrás, como ha pasado en otros momentos históricos. El paso de salir de la zona de confort habitual,de mirar para otro lado, para constituir como ha hecho Teruel por ejemplo, hasta asociaciones de electores capaces de hacer su propia política. Para ponerse a la cabeza de la moda imperante, en medio de su desierto demográfico, intentando luchar para conseguir una vuelta a la vida sencilla, a fomentar sitios para vivir hechos más a la medida del hombre.

Ellos, los políticos que desvistieron a un santo para vestir a otro que ahora, ni nos gusta ni es capaz de satisfacer todas nuestras necesidades y exigencias. Los que dejaron en los huesos a nuestros montes, aldeas y pueblos para vestir a tanta y tanta periférica Autonomía y ahora, los muy ingenuos, quieren hacernos creer que lo van a resolver a golpe de latigazos de fibra óptica.

Pero acabarán siendo, no las fibras mágicas, sino las asustadas familias en paro y con niños que sacar adelante, las que están mirando y comenzando a redimir a nuestros pueblos. Puede ya verse por esta despoblada Aragón.

Y es que como dice Julio Anguita en su magnífico libro Contra la ceguera” ante el desencanto de todos por todo, surge la utopía de lo posible, de lo concreto, de lo cercano e inmediato, de lo perentorio y lo real que merece ser cambiado para que la ciudadanía vuelva a vivir de otra manera”. Porque “es feliz aquél que sabe sumergirse bien”, que diría un clásico, aún más clásico que el Califa de Córdoba, el único político español que yo conozca, capaz de haber renunciado a su soldada de exparlamentario.

Luis Manuel Aranda – Médico Otorrino