Sin saber el momento en que tendrán lugar, por desconocimiento de la fecha para las próximas autonómicas, comienza el baile con los primeros sondeos y estimaciones acerca de la composición del que podría ser el nuevo reparto de parlamentarios en el parque de la Ciudadela de Barcelona.
Conforme se acerque la cita, que parece evidente puede tener lugar antes del periodo estival, el bombardeo con resultados de encuestas puede convertirse en el principal argumento para dar contenido a los medios de comunicación. Algo lógico si pensamos en la trascendencia que tiene el conocer la línea argumental del gobierno autonómico para la próxima legislatura.
Lo ideal sería escapar de la espiral contaminante que supone focalizar las tomas de decisión con el monotema separatista como único referente, pero para lograrlo debemos ganarles en las urnas. Todas aquellas combinaciones en las que participe el separatismo, encarcelado o fugitivo, nos aboca a más tiempo con la misma cantinela.
Han sido muchas décadas de abuso, exprimiendo argumentos serviles para perpetuarse en el poder. Se ha impuesto el credo ideológico, adoctrinado escolarmente, tergiversado en radios y televisiones públicas, manipulado a la policía autonómica, usado recursos para potenciar afines a la vez que se humilla al adversario y arrincona al díscolo, etc.
Con toda esa política excluyente y sectaria se ha creado un hábitat en el que se sigue, en muchos casos con la complicidad connivente del Gobierno de la nación, abriendo chiringuitos para despotricar contra España y colocar a amigos o familiares, desestabilizando la economía y provocando la fuga de empresas e inversiones, ninguneando todo lo bueno que supone ser españoles, desacreditando los logros alcanzados, culpando miserablemente a España de todo, ocultando responsabilidades de ilustres apellidos catalanes y, por resumir, usando sin miramientos la mentira como argamasa de su castillo de naipes mental.
Llegados a este punto, en el que prefiero no seguir detallando porque hacerlo solo sirve para calentar la sangre del que escribe y, más que probablemente, del que lee, dando por supuesto su conocimiento del ecosistema estelado, abandonaré los argumentos consabidos para enfocar a la razón de mi escrito de esta semana.
Conviene que entendamos y pongamos en valor la importancia de la próxima convocatoria electoral en Cataluña. No podemos fallar en el intento de facilitar un nuevo gobierno que genere esperanza y ponga sobre la mesa unas expectativas favorables que cambien la percepción y la ilusión. Las oportunidades que pueden quedarnos para revertir la situación pueden ser pocas si no ponemos, cuanto antes, freno a las intenciones de los que saben que tienen una oportunidad de oro, al disponer de la complicidad y debilidad de los que sustentan su continuidad en La Moncloa en la denigrante política de cesiones y concesiones, sin límites ni escrúpulos.
Acumulamos una travesía en el desierto, desde que la apuesta rupturista se ha tornado el eje absoluto de la política catalana, que ha ido profundizando el agujero, siendo una prioridad salir de esta época gris que nos ha llevado a la preocupante e incuestionable fractura social. Cuya culpabilidad recae, sin duda, en quienes se han liado la manta a la cabeza, optando por la desobediencia y rebeldía como sustento de su paranoia.
Pero sí, como parece, la identificación de los catalanes con el secesionismo está a la baja, apostando de forma mayoritaria, con diferentes grados de entusiasmo al compartir el sentimiento catalán y español, o español y catalán, se podría pensar que es el momento de apostar fuerte y afrontar la próxima campaña electoral con la ilusionante perspectiva de alcanzar el control de los estamentos de poder.
No podemos permitirnos que, en un momento en que las alucinaciones dan síntomas de flojera, el constitucionalismo que apuesta por el desarrollo, proyección y crecimiento de Cataluña, como parte incuestionable de la gran nación que es España, no intente desbancar al retrógrado enfoque de los que se oxigenan sacando partido del valor triple del voto profundo.
La ley electoral vigente, que esperemos tenga su última aplicación en estas autonómicas, debe retocarse para evitar la penalización de unos y el exceso de representatividad de otros. Aun así, hay que ganar el partido jugando en campo contrario, sin perder de vista la necesidad que tenemos por desbancar del control de las instituciones a los que no las respetan y las han usado al margen de la Constitución que las ha legitimado.
La apuesta vencedora que debemos movilizar entre todos debe ser para lograr la libertad de Cataluña, quitándose la soga del lazo amarillo y mirando, sin complejos, hacia adelante. Debemos compensar los costes de la penuria ocasionada por el lastre de los que acumulan décadas de prepotencia, minusvalorando nuestra orgullosa condición de españoles.
La teoría nos la sabemos todos bien, pero toca afrontar el difícil reto de la práctica, aparcando egos y pensando en lo que nos une. Al hilo de ello, conviene una reflexión tras esas primeras encuestas valorativas de los previsibles resultados de los comicios avisados y no fechados.
En esta primera oleada de encuestas se aprecia que la suma de los constitucionalistas va a la baja en escaños, pese a que, como he dicho, según los resultados de otras consultas en paralelo, crecen los contrarios a la ruptura. Esta situación no deja de ser el fiel reflejo de los costes que tiene que soportar la próspera y abierta sociedad de Tabarnia, frente a la ilógica y sobredimensionada influencia de los pueblos de interior. La consumación evidente de que eso de “un hombre un voto” no es del todo válido y exacto como criterio, haciendo a la mayoría social sumisa a los designios de la mayoría parlamentaria.
De hacerse real el pronosticado bajón de Ciudadanos, tras ganar la anterior cita y pudiendo llegar a perder hasta dos terceras partes de sus escaños, lo que vemos es que las posiciones contrarias al separatismo no recuperan esa pérdida, al duplicar el PP su presencia y sumar la irrupción de VOX. Lejos puede quedar, por tanto, el objetivo de sacar al enemigo separatista del poder o, al menos, mantener la representatividad parlamentaria de nuestro colectivo.
No os debe sorprender, habiendo leído mi centenar de artículos precedentes que, tras dudarlo, haya optado por obviar en el párrafo anterior el trasvase de votos en favor del PSC, con una previsión de subida del orden de 10 escaños. Sinceramente no me atrevo a considerarlos fiables en eso de ser contrarios al separatismo. Haciendo de tripas corazón y sumándolos a la causa, tampoco se recuperaría la minoración naranja.
El efecto Sánchez y su poca fiabilidad desde la visión patriótica costará tiempo digerirla. Como nos pasa a muchos, entre ellos una parte significativa de los suyos, el hecho de que un partido como el socialista y una nación como España esté en sus manos deja mucho que desear. Muchos nos levantamos a diario esperando que los bocazas que tienen como barones dejen de hablar y pasen a la deseable puesta en acción, en pro de la cordura en el partido y la validez de sus ideas no conversas en favor del comunismo y separatismo. La comodidad de las poltronas y los riesgos inherentes ante una revuelta interna, especialmente para personas acomodadas y acostumbradas a vivir de la política, condiciona mucho el pasar de las palabras a los hechos.
Al pensar en el socialismo, por respeto prefiero referirme al “sanchismo” si le doy un enfoque despectivo, creo que su cartucho en la recámara es reeditar la idea de la vieja apuesta del tripartito de izquierda republicana, ya presente en la política catalana hace unas legislaturas. Pero, aunque esa sea la propuesta de menor rédito en la quiniela, por ser casi la opción garantizada tras las elecciones, por ese patriotismo innato que reconozco, me cuesta prescindir de la esperanzadora posibilidad de que el PSC apueste por el constitucionalismo.
No descartemos anticipadamente que pudiese optar por dar soporte a lo que siente una parte importante de sus bases que, al menos así son los que yo conozco, priorizan el combatir y hacer frente al separatismo, sin alinearse con él. Algo con una caducidad irremediable, por el propio transcurso del tiempo, puesto que cada vez quedan menos que viven en ese engaño de relacionar al PSC con aquel PSOE de Rubalcaba, González, Guerra, etc.
No perdamos la confianza, aunque sea remota, y pensemos en la posibilidad de cambio con una mayoría que, irremediablemente en Cataluña, debe contar con el socialismo, devolviéndolo al perímetro constitucionalista del que nunca debió salir.
Al margen de esas consideraciones sobre las que no podemos influir, hemos de centrarnos en el efecto sinérgico que podemos alcanzar con una candidatura integradora, se llame como se llame, aprovechando el impulso conjunto de partidos y entidades sociales que sabemos que no traicionarán su compromiso y lealtad a España y su Constitución de 1978.
La apuesta es clara. En la medida de lo posible es muy importante unificar listas, buscando que los resultados integrados superen la expectativa de la contabilización por separado. Lo que ahora importa es disponer de representantes convencidos que antepongan la defensa de la unidad de nuestro país, sin mirarnos el ombligo.
Hemos de salir al terreno de juego con la idea de que se puede sacar al separatismo de esas poltronas que ya creen que son suyas. Alcanzar los mejores resultados esperados y, si la aritmética lo permite, pactar una alternativa de gobierno no separatista que empiece a poner orden en todos los frentes que el separatismo ha embarrado con su fanatismo y rodillo inquisidor.
Esto va de España, no de colores políticos. Toca demostrar de verdad si estamos, o no, dispuestos. Ahora no toca apostar por lo de cada uno, sino valorar y defender lo de todos. Esta vez, sin ambages, hemos de ver la necesidad de ejercitar la unidad de acción política, con el respaldo del asociacionismo constitucionalista.
Por separado no hay solución, pero unidos podemos lograrlo.
Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans