Si dirigimos la mirada hacia atrás, contamos más de una treintena de años desde la aprobación de la Constitución vigente. En estas circunstancias interesa hacer un balance para bien o para mal, reflexionar sobre los pormenores acontecidos y luego colocarlos en la bolsa de aciertos, de errores con el fin de rectificar si es necesario o seguir en la línea iniciada si el resultado de lo vivido, de lo gestionado va acompañado de efectos positivos.

Las lagunas en el relato son bastantes y profundas, vacíos muy difícil de completar con simples palabras, se requieren hechos, cambios profundos, recuperar el camino perdido en el hacer democrático. Uno de los graves errores de esos años lo podemos constatar, ahora mismo, observando las intervenciones de los parlamentarios en general y sobre todo del gobierno de turno. Las sesiones en el Congreso de los diputados son dantescas, mentiras constantes, contradiciones, cabriolas verbales, respuestas que no responden a la pregunta que se ha formulado e incluso calificativos bochornosos al que se atreva a formular algo incómodo a lo establecido como correcto.

No es que el ciudadano no exista, es que es algo peor, lo consideran simple muñeco, adocenado, sumiso por las lecciones de adoctrinamiento que ofrecen las televisiones. El pujar para ser político se ha transformado en una pasarela para exhibirse uno detrás del otro o en una foto fija de grupo, aprovecharse de los beneficios económicos que reporta a no muy largo plazo y aún mejor, si se pone a tiro, encontrar la empresa dispuesta a recoger la subvención con la adjunta dependencia de favores al que tiene el poder.

Nadie se responsabiliza de las decisiones de gobierno, siempre pelotas fuera de banda, explicaciones pueriles o una respuesta lacónica “ porque sí “. Y el auditorio amordazado,( soñoliento, tocado, enajenado por la verborrea empleada desde las instituciones, una farsa y a la vez una puesta oral de lo que es en la práctica una traición al Estado, a la Nación española. Desde que el señor Sánchez revolotea entorno al sillón de la Moncloa, el sistema parlamentario se ha pulverizado, se ha convertido en un traje a medida al salir del armario y con color ajustado a la situación del momento.

Nunca ha habido tanta opacidad, tanta falta de información. No se sabe qué está pactando el presidente del gobierno en esa mesa bilateral con el secesionista ERC: la reforma del Código penal, el referéndum de autodeterminación, la retirada del Estado de Cataluña…..por mencionar lo que es más fácil de deducir. Por mucho menos en cualquier país civilizado habrían habido dimisiones a mansalva, por el contrario aquí “ la oposición “ es la que obstruye, la que dificulta la tarea de gobernar. Desesperante comprobar la falta de ética de ciertos políticos, pues intentan hacerse dueños en exclusividad de los espacios destinados a practicar la libertad y hasta ahora ya han conseguido bastantes.

Democracia, el poder, la soberanía del pueblo debe dejar constancia de que es real. Cuando se pretende menoscabar su esencia, no es posible que no haya réplica y en estos momentos es lo que ocurre. Alguna vez hay que ser humildes y empezar a aceptar que parte de la culpa de esta situación la tienen los ciudadanos. Ellos votan, ellos deciden, ellos eligen, por lo tanto, ellos están obligados a cuestionar lo que se hace y a quienes lo hacen. Así está establecido. Imposible creer que gobernar con comunistas, apoyado por secesionistas y filo etarras es para estar callados, aceptar todos los vericuetos que se emplean para satisfacer sus fatídicos proyectos. Podrían ser decisiones no adecuadas a la economía, al medio ambiente, al transporte público o a cualquier otro sector, son recuperables los errores, pero lo que se cuestiona es la continuidad de España y con ella la libertad. No habrá vuelta atrás, los rencores, los agravios serán obstáculos para llegar al punto de partida.

Ana María Torrijos