Vivir en un momento como el actual, en el que los miedos y las paranoias están en su máximo apogeo al albur del desconocido coronavirus, supone su riesgo al estar en manos de incompetentes.

Que haya coincido la crisis del virus procedente de China con el peor de los Gobiernos que hemos tenido en España, ridículo y de pacotilla, es el peor cóctel posible si se pretende hacer frente, de forma eficiente, al peligro desconocido que supone su expansión y contagio descontrolado.

Cierto es que, para empezar, no hay nada mejor que tomarse el tema con filosofía y paciencia. Por eso, hemos de estar tranquilos al tener un ministro de Sanidad especializado en dicha materia. Todo un Sr. Licenciado en Filosofía.

Tener un filósofo encabezando ese Ministerio, siendo el mejor representante posible para el “vendepatrias” de Pedro Sánchez, ofrece todas sus garantías, como os podéis imaginar.

Podemos abstraernos de todo, incluso de los males derivados de los que aún desconocemos su verdadero alcance, aplicando la paciencia, el pensamiento racional y ahondando en la reflexión filosófica como terapia. Nada mejor que el aprovechamiento de la fuerza interior cuando uno está, por ejemplo, recluido por cuarentena o se la autoimpone como método disuasorio para evitar contagios.

Con la avalancha de información y a tenor de las vivencias que supone dicho monotema en las conversaciones, nos encontramos ante la difícil situación de posicionarnos.

Podemos creer que esto es un guirigay sin fundamento, alineando nuestra postura con el planteamiento de que no es más que un virus con efectos algo peores a los de la tradicional gripe, lo que haría desproporcionada la política de contención que poco a poco alcanza a todo el mundo.

O, por el contrario, asumir como propia la dinámica victimista y de alerta máxima. Algo comprensible si tenemos en cuenta el bombardeo informativo, con mapas de afectados y contadores de contagiados/difuntos, que encabeza y es portada en todos los medios de comunicación.

Esa segunda opción, con el avance del tiempo y los efectos perniciosos de los noticieros televisivos, se convierte en dominante. Es la consecuencia que trae consigo alimentar y enfatizar lo maligno que es ese micro invasor desconocido proveniente de Oriente.

Otro gran fichaje de nuestro inigualable Gobierno debe estar perplejo, el ministro de Consumo, ante el caos previsible y la locura social que empieza a mostrar sus primeros síntomas y evidencias. Solo así podemos entender que, en cualquier supermercado de barrio, los palés de arroz estén vacíos, los productos de primera necesidad sean objeto de acopio, los geles antibacterianos se conviertan en un objeto de deseo o, exagerando, que las mascarillas de farmacia requieran pronto de financiación y pago a plazos.

Todo ello en un clima de pesimismo que, para colmo, ha evaporado en pocos días la mayor parte del ahorro que pudiera tener un inversor en Bolsa, dejando por los suelos el valor de muchas empresas y, en definitiva, poniendo contra las cuerdas a la economía.

¿Quién gana con todo esto? ¿qué hay detrás? ¿cómo puede el ser humano entrar en esta dinámica de shock y pánico a nivel mundial?

Esperemos que pase pronto y se normalice la situación. Aunque, como es imaginable, será muy complicado conocer la verdad y que haya transparencia verídica de todo lo que tiene que ver con el tema. Nos contarán lo que quieran y ya se preocuparán de dosificar la información, tranquilizando a la población con los mensajes que interese a los medios y sus padrinos políticos.

Siendo el país del sol y de la fiesta, igual lo suyo es que nos tomemos una caña mientras pensamos y recapacitamos filosóficamente. Pero, dadas las circunstancias, no creo que sea el momento de meditar y reflexionar. Lo que conviene, viendo como están actuando los países con gobiernos serios de nuestro entorno, es que vayamos a su rebufo y cojamos el toro por los cuernos.

De momento se están demorando las medidas serias y contundentes para combatir la expansión, pero llegarán. China o Italia no cierran fronteras por capricho. No podemos estar a la expectativa y esperar que las medidas de contención y soluciones se apliquen en el resto del mundo.

Quizás hoy mismo nos quedemos sin celebraciones tan importantes como son las Fallas de Valencia, por ejemplo. E, incluso, puede que en pocos días también se tambalee la celebración de muchos actos de la Semana Santa. Hemos de estar preparados para noticias en dicho sentido.

Es increíble que, durante el primer año del gobierno contaminado por los podemitas, la casualidad nos lleve a una situación en la que se suspendan las procesiones de la Semana Santa Cristiana. Deben estar eufóricos solo de pensarlo.

Lo verdaderamente importante es que se minimice el riesgo por contagio, se produzcan las mínimas bajas personales y pase el tema al olvido lo antes posible.

Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans