Siempre creemos que nuestras vidas están dirigidas por nuestras propias decisiones, gustos, opiniones e incluso por nuestros arranques, pero la realidad demuestra con impiedad que en ocasiones nos superan circunstancias ajenas y con una dureza hasta hace poco insospechada. Festejos programados como las Fallas, las procesiones de Semana Santa, tan entrañables en la cultura y creencias nacionales, tuvieron que ser anulados, muchas agendas se alteraron pero lo que en realidad impactó fue saber la principal causa que originó tal anómala situación.

El motivo ha sido la pandemia del Coronavirus, infección venida del continente asiático, con una primera etapa europea, Italia. El Gobierno con intención expresa de no tener en cuenta la referencia, no tomó medidas de prevención ni de control a pesar de las noticias desgarradoras que llegaban a nuestros informativos, lo que nos ha arrastrado a unas cifras alarmantes de contagiados y por desgracia también de fallecidos. Avisos de organismos internacionales y datos reales aconsejaban gestionar medidas extraordinarias en el tránsito aéreo, portuario y de carretera, pero por intereses ideológicos no se aplicaron a tiempo. Los errores en la gestión sanitaria no ya de prevención sino incluso de búsqueda de antídotos, defensas, recursos, seguridad para la población, se han agudizado cada jornada.

Muchas familias han sufrido el contagio de sus seres queridos y a muchos de ellos no se les ha podido acompañar en el trance de la muerte, escena muy dramática si a la avanzada edad se une la soledad y la falta del calor de una mano amiga. El daño emocional con el que se ha golpeado a la sociedad es incalculable. El rastro psicológico es tan profundo que serán necesarios años hasta conseguir mitigar la sensación de abandono. El familiar, el amigo, o el simple ciudadano es un número más en las estadísticas, un sepelio sin el sonido del llanto, de la oración, sin la mirada del que con el fallecido compartió instantes de su vida. El desgarro que supone ésta ausencia no se merece las imágenes que nos emiten los espacios televisivos de noticias. La réplica es fácil “ es por no dañar a la sociedad “, “ hay que animar “ son algunas de las frases que salen al paso. Y no es ese el camino a seguir para concienciarnos de lo grave que es no tener un Ejecutivo capaz de prever, de preparar un plan de choque y poner a disposición de los ciudadanos todos los medios disponibles para reducir al máximo posible los efectos de la epidemia.

Y ahora los que por su insolvencia han propiciado los tremendos alcances de este panorama luctuoso, pasan a diseñar un nuevo plan, en esta ocasión el económico. Los empresarios, autónomos y pequeñas iniciativas familiares se han movilizado, quejas , denuncias y alternativas, pero por ahora con un resultado nada satisfactorio. El Ejecutivo encerrado en su bunker no tiene la intención de acercarse a la oposición para tratar de buscar los ajustes más adecuados, controlar la infección y frenar la deriva económica que puede arrasar el tejido productivo.

Cada rueda de prensa del Presidente o de los Ministros tiene entre sus objetivos el esconder la responsabilidad detrás de Instancias sanitarias, detrás de los expertos o técnicos, nunca reconocer los múltiples fallos que han cometido por conveniencia o por incapacidad de unos dirigentes, que no reúnen la preparación exigida para los cargos que ostentan. Han estado preparando sus comparecencias, unas instantáneas adornadas de aciertos, de frases huecas, rodeos sin datos fijos, con la única finalidad de conseguir la aprobación de su gestión y poder con habilidad sibilina dar la vuelta a su chapucero plan, que empezó a aplicarse después de una larga siesta de dos meses sin tomar medidas.

El gobierno ha mostrado sus carencias y en estos momentos difíciles, se suma a su precariedad parlamentaria el distanciamiento de sus socios, ERC y PNV. La oposición constitucional, muy necesaria ahora, arrinconada, sorteada y atacada desde que empezó la legislatura, no ha visto cambiar ni un ápice los gestos hacia ella del señor Pedro Sánchez. Ha parado el funcionamiento del foro de control, el Congreso de los diputados, en donde se deben debatir todas las medidas a aplicar y señalar con acierto la mejor manera de hacerlo.

“ Pactos de la Moncloa “ es la nueva frase cabalística con la que se pretende transformar la cruda realidad en una fantástica carroza, dispuesta a llevarnos al palacio del rey de la farándula, con un riesgo añadido el reloj anunciará la media noche y todas las luces, la música se desvanecerán dando paso a un nuevo batacazo económico. Ni son las circunstancias, ni los posibles componentes de ese plan nacional, los mismos que cuando el señor Adolfo Suarez lideró aquel primer acuerdo. El gobierno actual tiene una línea socialista-comunista que puede limitar más aún si cabe, las libertades ya dañadas en el redactado del plan de alerta impuesto sin el previo consenso parlamentario.

Debemos valorar la Democracia, el fiel reflejo de la libertad y con ella la responsabilidad de los representantes públicos ante sus actos. Los ciudadanos son los verdaderos protagonistas y a ellos les deben su acción los servidores públicos. No podemos consentir más el cerrojo informativo efectuado a costa de la pandemia. El equilibrio entre lo público y lo privado debe mantenerse, es la clave del sistema parlamentario, impedir que un gobierno asuma poderes infinitos que lo único que generará es esclavos.

Superar el avance del virus, apuntalar la economía y decir desde lo más profundo de nuestro corazón “ Descansen en paz “.

Ana María Torrijos