En cualquiera de esos años que daban sentido a lo que llamábamos “normalidad”, uno estaba acostumbrado a recibir una o ninguna llamada anual avisando, con la pena que supone, que un conocido, un amigo, un familiar, sencillamente alguien de tu entorno, nos dejaba.

En los últimos meses, desde que todo este periplo se ha desencadenado, ya casi ocupo todos los dedos de mis manos para recontar los casos que han llegado a mis oídos.

Parece que vivimos en una nueva fase con unos nuevos parámetros, aunque todos deseamos que se estabilice la situación y se vaya pareciendo a lo que considerábamos normal, antes de que Wuhan apareciese en los mapas.

De hecho, ayer recibí el último, espero, aviso de nuestra vulnerabilidad. El microscópico virus se llevaba por delante a todo un hombretón con el que coincidí en ese periodo de recuerdo (positivo) que supuso la mili.

Como podéis suponer no era ningún anciano, tampoco me consta que hubiese condicionantes que le pusieran en situación de riesgo. Aun así, a pesar de su corpulencia y porte que mantengo en mi mente, el amigo Amadeu no pudo vencer a ese minúsculo y maligno bicho que ya acumula más de 25.000 fallecimientos de compatriotas. Mi recuerdo a la familia, deseando que descanse en paz.

Aterrizando en esa realidad que supone recordar a los que nos han dejado, compaginada con la realización de las derivadas e integrales necesarias para entender los matices y fases de desconfinamiento, dictadas por Sánchez y su colega saltacuarentenas, me preocupa el enfoque de la gente normal al tomarse la situación como si nada pasase, hubiese pasado o pudiera pasar.

Este pasado fin de semana ha sido de risa. Ya no solo es ver los paseos marítimos a plena capacidad, muchas playas llenas, los botellones en las plazas, las salidas grupales a pecho descubierto o las competiciones en los parques de skate. Se trata de la incómoda apariencia de que se ha pasado página.

Entendible es que la gente pueda estar harta de la situación. Estar encerrado en casa tiene su gracia un tiempo, pero da la sensación de que algunos se han visto superados por la presión de las cuatro paredes. Y aparenta que, todo aquel que no ha vivido la experiencia que supone ir contando con los deditos, se ha creado la falsa ilusión de que ya hemos cumplido y se ha superado el impasse.

De hecho, desde este pasado fin de semana, con el inicio del desconfinamiento en fases, siendo la primera la que lleva el número cero, tengo la sensación de que la prevención no es la prioridad y la prudencia ha quedado en un nivel preocupantemente subsidiario.

Hasta ahora, con mayor o menor acierto, aparenta que se está ganando la batalla (al menos eso nos venden), avanzando pasito a pasito. Y, no olvidemos, pese a la espeluznante gestión de los que gobiernan temas sanitarios con el mejor enfoque que puede proporcionar el conocimiento de la Filosofía.

Salvando el consabido escollo que suponen nuestros gobernantes, hemos constatado que la sociedad está a la altura. Nuestros sanitarios, policías y ejército, han compensado la torpeza e ineptitud de quienes deberían ser los sabios, al ser los que deciden. Pero, como decía, tengo la sensación de que, asomados a la cumbre, muchos han optado por la desescalada en parapente, incurriendo en unos riesgos que esperemos no pasen factura y nos aboquen a un rebrote indeseable.

Puede que mucha gente no haya entendido o no ha querido entender nada. Aunque quizás vivan en una realidad o dimensión paralela, algo común si vives en Cataluña. Solo así me cabe en la cabeza que ayer, en uno de esos múltiples grupos de whatsapp que tenemos, llegasen a preguntar si ya había, a la hora de costumbre, clase de spinning en el gimnasio…

Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans