La principal herramienta de política económica de un gobierno es la elaboración de un presupuesto público. Cataluña aprobó a finales de abril las cuentas de la Generalitat para 2020, después de ir prorrogando presupuestos, nada más y nada menos, desde 2017. El documento aprobado en pleno estado de alarma no tiene en cuenta el tremendo impacto económico de la crisis sanitaria del coronavirus. En otras palabras, es un presupuesto que se redactó en enero que no sirve ni para ir al lavabo.

Sólo en la cabeza de cuatro iluminados que no durarían en una empresa más de 10 minutos puede entrar la idea de aprobar unas cuentas que sabes de antemano que no se van a cumplir. El presupuesto y su ejecución se van a parecer como un huevo a una castaña. El cuadro macroeconómico en el que se sustentan se basa en tres mentiras: dicen que alcanzarán el déficit cero, que crecerá el gasto sólo un 2.9% este año y que reducirán la deuda pública catalana.

Son unos presupuestos que entorpecen la recuperación económica de la coronacrisis. No saldremos rápido de este tremendo socavón económico masacrando a impuestos a empresas y trabajadores catalanes, con un bono catalán considerado aún como “basura” por las agencias de calificación, con la ratio deuda per cápita más alta de toda España y con un record absoluto de chiringuitos políticos para montarse su pequeña nacioncilla y colocar a compinches de lazo amarillo. Los presupuestos aprobados mantienen los sueldos políticos más altos de toda España, la mayor proporción de gastos en propaganda y adoctrinamiento de cualquier administración europea, embajaditas que no sirven más que para escupir a la nación española y no incluyen medidas para invitar a volver a las más de 5.500 empresas que se fugaron de Cataluña tras el golpe de estado sentenciado en el Tribunal Supremo.

A los catalanes nos ha tocado la peor clase política de Europa. Lo digo con objetividad, sin exagerar y con conocimiento de causa. A nadie normal le tiene que sorprender que estos presupuestos, que están bendecidos por un president inhabilitado y un golpista condenado a 13 años de prisión por el TS, no sean precisamente un ejemplo de rigor y profesionalidad.

Nos gobierna una generación de cachorros del peor pujolismo corrupto, a la que lo último que les interesa son las cosas de comer (ajeno). Ellos siguen comiendo gambas rojas con lazo amarillo en solapa mientras la mitad de la sociedad catalana sigue acobardada, esquilmada y tratada como “bestias taradas con un bache en el ADN”.

Antonio Gallego Burgos – Economista