La delicada situación sanitaria, la crisis económica y la inestabilidad institucional proyectan su oscura sombra. Tres jinetes de la Apocalipsis, la guerra, el hambre y la epidemia nos amenazan y pueden llegar a producir tales estragos que es posible sucumbir ante el cuarto, la muerte.

Durante bastantes años los enemigos de la Nación no han parado de intentar derribar esta realidad. Una contienda que se ha librado y aún hoy se está librando en distintos frentes, en el de la política, en los centros de enseñanza, en los medios informativos, y ahora se ha añadido un escenario más, en un sector de la judicatura. Los nacionalistas desleales al marco legal y a las responsabilidades que deberían desempeñar en el Estado, desde el momento que prometieron sujetarse a lo que marca la Constitución, han contribuido a deteriorar la convivencia, a malgastar el erario público en fines que sólo a su ideología sectaria beneficia, también a adoctrinar en la escuela, a descartar de los espacios públicos la lengua común de todos y a manipular la narrativa histórica, todo lo que les facilitase aupar sus teorías disgregadoras. Se propusieron destruir la ilusión que acompañó a los ciudadanos durante la transición hacia la democracia, intentaron eliminar toda unión o atisbo de ella, que pudiera demostrar que sus imaginarias “naciones” son parte incuestionable de la Nación española y para conseguirlo se valieron de los métodos más ruines posibles, el incumplimiento de la ley, el insulto, el vandalismo callejero, la marginación social y hasta el atentado. En la actual legislatura se hace muy penoso seguir izando la bandera de la libertad. El Gobierno los tiene como puntales de su precaria bolsa de votos, y esto representa ceder a sus peticiones que no son otras que destruir España.

En este escenario calamitoso se filtró un virus, ahora ya con muchos miles de muertes a sus espaldas y un desorden sanitario muy difícil de erradicar. La mala gestión de la pandemia, motivada por la ineptitud de los que ocupan puestos de responsabilidad, nos ha trasladado a un mundo imaginario en el que los fallecidos y contagiados han servido de juego político perverso, doliente para los que han sufrido la pérdida de un ser querido. Y como en todo largo relato hay un epílogo, iremos de subida y bajada todos los meses próximos y las distintas estaciones se Irán sucediendo con mascarilla incluida, con modelos sinfín, al gusto de todos…..hasta en esto se puede hacer negocio.

Los gráficos e informes económicos de importantes entidades financieras son preocupantes, las previsiones no son tranquilizadoras y más aún cuando nuestra economía adolece de una frágil estructura. No emprendieron los “ mandatarios “ las reformas necesarias ante la baja productividad que nos arrastraba a un modesto crecimiento, ni tampoco ante la falta de formación de algunos sectores de la población trabajadora y ante el envejecimiento de la sociedad, que en poco tiempo dificultará tener suficientes trabajadores en activo para mantener el ritmo necesario y las pensiones de jubilación.

Tres ingredientes explosivos han coincidido, ingredientes que ya por sí mismos y aislados dejan a una sociedad debilitada, dañada. Sí la nefasta fortuna ha hecho que se superpongan y que sumen sus fuerzas, las huellas tras sí son y serán profundas, difíciles de borrar. Ha de quedar claro que los representantes políticos, los salidos de las urnas, han de esforzarse al máximo para administrar y cubrir con honestidad los costes de los proyectos urbanísticos, del material sanitario, de la red escolar o de cualquiera de las áreas establecidas. Si la corrección hubiera sido el estandarte de los servidores públicos, los informes del Coronavirus hubieran tenido un balance menos luctuoso. Es inadmisible que los presupuestos se dilapidasen en intereses espurios.

Hemos de instar a reparar con rapidez los desastres ocasionados y en primer lugar buscar el apoyo del poder judicial para frenar el deterioro institucional.

Los sectores de la población de gran solvencia están emplazados a replicar con sus sabias reflexiones y en último extremo con la ley en la mano, aplicar las correcciones necesarias a las medidas que algunos ministerios toman sin seguir los cauces de transparencia debida. Ante el destrozo institucional que se está llevando a cabo es imprescindible reaccionar y apoyarnos para poder en el futuro impartir en las aulas una Historia que cuente en sus páginas con una nación llamada España.

Ana María Torrijos