Hay cosas que no podemos negociar y conviene asumir pese a que nos duela. Esa es la razón que justifica el uso de la primera persona del plural en el tiempo verbal que encabeza mi escrito semanal.

Por mucha desgracia que suponga disponer de ese equipo de farándula que nos presenta ante Europa, es innegociable que esos gamusinos que dan la cara en las instituciones europeas en nombre de España son la imagen de todos nosotros.

El logro de una mayoría de gobierno, aunque sea rodeado de toda la escoria social que frena el desarrollo de nuestra nación, les otorga dicho rol y les faculta para ser los que vendan nuestra imagen, por más que nos duela y avergüence.

Es nuestra obligación finiquitar esa situación de desasosiego y patetismo que lleva implícito que, al ver sillones con la bandera nacional en cualquiera de las instituciones comunitarias, veamos sentados junto a nuestro emblema a tipejos que degradan lo que somos y de lo que somos capaces.

El horror que supone ver pulular a negados, codeándose con los halcones del flanco norte de Europa, los que mandan de verdad, rindiéndoles pleitesía porque damos por supuesto que somos inferiores, saca de quicio a los que entendemos que los intereses de España y de los españoles son siempre prevalentes.

Es algo fácilmente demostrable, aunque los medios manipulados pretenderán dar una percepción diametralmente opuesta, que nuestra actual comitiva para los festejos europeos, en los que nos jugamos gran parte de nuestro futuro, ni da la talla ni nos la merecemos.

Suplicar ayudas para seguir en la costumbre y dinámica que nuestros actuales interlocutores consideran la razón de la existencia, acostumbrados a la vida a costa del sueldo público, el subsidio o la ayuda a costa del erario, sin haber acumulado una experiencia laboral mínima que les otorgue cierta credibilidad, agarrados a esa idea de seguir chupando del bote y las migajas del pudiente, es una hipótesis que cuadra a la perfección con su modus vivendi, pero que no comulga con la España productiva que ahora, mayoritariamente, se ve representada por la oposición parlamentaria.

Esa otra mitad que da voz a los españoles que luchan a diario por ver avanzar sus economías domésticas, la de la sociedad a la que pertenecen y la del país del que se sienten parte, sin tabús, complejos, condiciones o letra pequeña.

Seguro que hay votantes engañados del socialismo productivo y comprensivo que pueden no entender lo que digo, ante los que me disculpo. Los conozco convencidos, a la vez que currantes y sacrificados, pero han de asumir que ahora, como socialistas, están representados por el “sanchismo” vergonzante, lo que deberían enmendar o corregir por el bien del partido y de todos. Se trata de una situación equivalente a la que hemos de metabolizar todos los españoles teniendo el Gobierno que tenemos, que es nuestro a pesar de que lo detestamos.

Esa España productiva que no depende del subsidio o de la limosna para vivir, la que no cuenta ni engendra hijos planteándolos como una renta mensual que te acredita un derecho, la que se despierta y quiere trabajar para sentirse útil, la que prefiere sudar, cansarse y realizarse trabajando, la que no hace números para cuestionarse si es más rentable quedarse en casa cobrando la renta mínima que oficializa la pereza y la falta de ganas y motivación para el esfuerzo, la que aborrece la idea de dejar de ser buey para convertirse en carreta a remolque, la que se frustra al vernos entre los pobres de Europa por culpa de los inoperantes y ridículos gobernantes actuales, a esa España es a la que hago modestamente un llamamiento para unirse y ser una alternativa que consolide el fin de la desgracia.

No queda mucho margen para darle la vuelta, urge sacar del poder a los que nos han oscurecido el futuro, desinfectando con guantes, mascarilla y gel tanto mediocre de medio pelo que hoy ocupan puestos de poder en unas instituciones de una nación que, para colmo, ni sienten.

Entiendo perfectamente a los holandeses y a los que se cuestionan el dar dinero a los que puede que no lo usen del modo más oportuno para salir del bache y prosperar.

Esa es la imagen que hemos trasladado y tienen de nosotros muchos de los que nos rodean, hartos de ver el uso que se hace de los recursos públicos, en muchas ocasiones con el abuso y la sinrazón desmesurada como términos más apropiados al hacer referencia a la utilidad de éstos.

Lloriquear por la limosna es ahora la meta y objetivo de los picapedreros, revalidar y mantener la vida subsidiada que tanto bien les aporta al fidelizar a ese nicho de votantes, haciéndolos vagos y dependientes, es lo que les interesa. Pero han de pensar que es a costa del trabajo y esfuerzo de los que ponen sudor y sacrificio sembrando tulipanes.

Es lo que nos toca con esta gente dando la cara, pero no es lo que nos merecemos. Estamos obligados, por el bien de España, a revertirlo. Y cuanto antes mejor.

Cada mes que pasa estamos más endeudados, más atados, con menos futuro, pero con el césped del palacete de Galapagar mejor cuidado y el Falcón en mejores condiciones para hacer excursiones.

Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans