La libertad encuentra su límite en la ley, el marco jurídico en el que se desarrolla el sistema parlamentario liberal. Todos los ciudadanos tenemos la obligación de respetarlo, es lo que permite en una pluralidad de opiniones encontrar un acuerdo de convivencia pacífica, sin llegar a la violencia. El valor de la responsabilidad individual debe marcar todos los comportamientos humanos, una tarea pedagógica que empieza en la familia y en la escuela para luego revertir en el ritmo social de cada día.

De unos años hacia aquí parece que esta máxima no va con los que deberían estar más implicados, los representantes políticos, los legisladores. Son muchos los ejemplos en la agenda de los servidores públicos que nos van informando de su inconsistencia. Demagogia en los discursos, mentiras de adorno, falta de paralelismo en exigencias entre su acción política y la vida personal, trileros con el erario público, “ no es de nadie”, y una larga lista de ejemplos, pero lo que más consecuencias negativas aporta es el no respetar la ley, la Constitución.

La responsabilidad es uno de los valores que el individuo debe tener y en gran medida al formar parte de un colectivo social. Ser responsable le da sentido a la vida, asumir las consecuencias de las tomas de decisión y si la acción ejecutada está calificada de delito, acatar la pena correspondiente. Nos hemos acostumbrado a que ciertas fuerzas políticas puedan soslayar la ley sin consecuencias inmediatas, y si se materializan, no son comunicadas a la ciudadanía por los medios informativos a su servicio, quedan en el limbo, no existen. Se ha llegado al cenit del desprestigio cuando las Juntas de los centros penitenciarios catalanes han concedido a los presos golpistas del 1 O el tercer grado aunque siempre hay algún resorte judicial, dos fiscales han pedido al Supremo que se suspenda esa decisión.

Un Pablo Iglesias sin verse obligado a dimitir a pesar de tener varias denuncias en su contra, un Simón con su contradictoria gestión de la pandemia, sus salidas de tono en las ruedas de prensa y el abierto apoyo del presidente del Ejecutivo hacia su persona en la sede de la soberanía nacional, el Congreso de los diputados; nacionalistas implicados en un golpe de Estado en Cataluña, reivindicando como democrático su argumentario y con sectores de la judicatura en apoyo a sus causas irregulares. En este panorama no nos puede sorprender que hayan grupos de ciudadanos que no acaten las pautas de precaución frente al coronavirus. La ley es para todos no sólo obligatoria para los gobernados.

Y el CIS de Tezanos sigue con sus encuestas amañadas, pagadas con el dinero del contribuyente para beneficio únicamente del gobierno, para embaucar a ese sector desconectado o adicto a creer que sólo la izquierda es la que puede traer la justicia social y el progreso.

Disyuntiva inquisitora: sociedad inmadura, inconsciente, asqueada por todo lo que ocurre o merece otro calificativo

Se está troceando España y nosotros sin querer darnos cuenta, se está socavando la monarquía, pilar institucional y nosotros sin levantar la voz, se está empequeñeciendo nuestra historia y nosotros verlas venir, se está arrinconando nuestro idioma, el español, y nosotros sin emitir queja alguna. Una lengua que la hablan millones de individuos, que está considerada como primera lengua extranjera en otros países mientras muchos españoles catalanes, vascos, gallegos, valencianos, de baleares, y pronto asturianos, aragoneses si nadie lo remedia, sin poder aprender en ella. El idioma de ilustres escritores, de insignes orfebres del medio escrito de comunicación, que lo han trasladado a todos los confines del mundo, Cervantes, Garcilaso, Quevedo, Unamuno, Boscán, está siendo descartado de nuestra vida, de los espacios de estudio, escuelas, universidades, de los medios de información, de las instituciones, de los lugares de culto, de oración, sin revelarnos y hasta se llega a aplaudir la traducción de la obra de uno de ellos en la lengua cooficial cuando todos tenemos como propio el español y nunca mejor acercarse al autor en la lengua en la que la ha escrito.

En el hemiciclo de la Soberanía, la Cámara Baja, donde resalta más la desafección al acatamiento legal y al respeto a las urnas, se han representado dos situaciones diferentes pero que tienen igual trasfondo. Una, el sonoro aplauso de los representantes socialistas y podemitas ante la presencia de su líder, el señor Sánchez, presencia que ha roto la pauta marcada por el Coronavirus, un hemiciclo repleto de voceros que aplaudían más que por el éxito en los acuerdos europeos, por agradecimiento de la “ sopa boba“ que les ha regalado y con ellos en espíritu los ayudantes, consejeros y cientos de enchufados que complementan a los veinte y tres miembros del Consejo de ministros, el más numeroso de todo el periodo democrático. La otra situación la protagonizó el presidente del Ejecutivo, un discurso débil de contenido, lleno de soflamas, acompañado de voz y gestos acordes con lo que exigía el pasacalles que inició desde que llegó a España después de su estancia en la sede del Parlamento Europeo y que repite siempre que hay ocasión para catapultar más su estelar imagen.

La sesión fue larga, tensa en ocasiones, no falta de ironía las réplicas del Presidente, pero la traca final fue la moción de censura anunciada por Santiago Abascal, presidente de VOX. Desde ese momento un sinfín de opiniones, de reflexiones contrastan en las redes, algunas de apoyo, otras en contra y el país a la deriva, sin comité de expertos, ante una crisis económica galopante y un coronavirus presente, al acecho del ocio nocturno, celebraciones familiares, trabajadores temporeros, entradas de los aeropuertos y como complemento el goteo de las pateras que llegan a nuestras costas. Todos a la espera de los destellos de la moción.

Lo lamentable es que haya poco sentido de servicio, de responsabilidad, de entrega a la Nación que representan los diputados. Impera el sectarismo, el arribismo, el eslogan, la foto y al final de mes el número de la cuenta corriente. Menos banderas y dibujitos en las mascarillas y más respeto a los ciudadanos, a la ley, a la libertad.

Ana María Torrijos