Recuerdo ese equipamiento del Barcelona que agradezco me regalara mi madrina siendo un pipiolo. Creo que pantalón y camiseta duraron lo justo, pero quizás hasta los 9 o 10 años disfruté de aquellas medias blaugrana que te ponías encima de los calcetines. Eran otros momentos, con el uniforme sin ninguna decoración fuera del monótono rojo y azul, pero ya por entonces se cocía el germen de los que dicen son más que un club.
Mi caso no dejaba de ser el de otro hijo de la migración interior española y la explosión de natalidad en Barcelona durante el último tercio del siglo pasado. La iniciación a la secta estaba en marcha, formando parte de ese caldo de cultivo ideal para que algunos, los que a la postre demostraban ser avergonzados con complejos de inferioridad, lograran el crédito necesario y el caché para ser parte de esa sociedad sectaria que, incluso de la mano del fútbol, hoy reniega de sus propias raíces.
Ni me sorprende ni me ofende que pasara ese mal trago infantil, enfundado en unos colores que hoy, por su significación, aborrezco. El sonrojo que ahora me produce esa fase engañada de mi vida sirve de experiencia y consejo al lector, demostrando que casi todo es reconducible.
A lo largo de los años me he aferrado a la realidad que supone disfrutar de los éxitos internacionales de un club que, a nivel doméstico, deseaba verlo perder aunque fuera jugando a canicas. Y reconozco que cada vez cuesta más seguir en esa dinámica, al complicarla con tanto fanatismo, silbidos, pancartas y trapos sectarios.
La humillación, no veo mejor calificativo, que supone el 8 a partido único en un escenario con visibilidad continental creo que me satisfizo por primera vez, como consecuencia del hartazgo al ver la utilización del fútbol como otra herramienta de la paranoia.
Siendo práctico, dada la situación, con el buque insignia deportivo del lacismo apartado de la Champions estamos más tranquilos. Los patéticos que usan el deporte para sus chuminadas han perdido una baza inigualable para dar la nota y montar su circo, eso es lo que realmente les duele y de lo que yo me alegro.
Podría decir que lo siento, por el colectivo silencioso de aficionados que pueden no comprender la postura radical de ese club defensor de la ruptura de España, pero ¿qué hace falta para que exista una candidatura sin complejos?
Los aficionados del Barcelona, contrarios al enfoque dominante, podrían organizarse y, de la mano de las peñas que solo valoran el deporte, pasar de cuestionar y abroncar en la intimidad a intentar montar una alternativa. Los otros, por lo que parece, ya están barajando una nueva vuelta de tuerca con una candidatura a directiva que, si cabe, sea todavía más radical y favorable al separatismo.
Supongo que no es fácil pasar un año en blanco pero, como siempre hay que buscar culpables, este año el vacío en las vitrinas será por culpa del virus o, como no podía ser de otro modo, de España o de los que han acabado ganando la Liga.
Al menos ya no se hablará de fútbol hasta la próxima temporada y se dejará de encumbrar al City del amigo Pep, tema de referencia tras eliminar, justito, al Real Madrid.
Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans