España se va despidiendo día a día de algún vivo y muchos muertos. La semana pasada el Rey Juan Carlos, esta, Cayetana Álvarez de Toledo. Una mujer de talante discreto y más bien tímida, noble, no sólo de título, frágil sólo por su aspecto.
Una mujer que, aferrada a su sincero amor a la verdad y a España, creyó que había llegado el momento de ponerse en la vanguardia y eso hizo. Una mujer que deslumbra involuntariamente cuando habla porque es sincera y le mueve una fe que va mucho más allá de la búsqueda de un beneficio económico, que evidentemente no persigue.
Grande de España, pero de las de verdad. Política del Partido Popular, partido de derechas, pero por encima de todo, política.
No soy quien para alabarla, ni ella lo necesita, pero sí soy testigo de haber escuchado a una mujer reivindicando, hasta con el color amarillo de su ropa, la libertad de ejercer el derecho democrático de decir la verdad y legitimarlo en su persona. Hablo de las palabras dirigidas al director de TV3.
Fue un minuto realmente de oro en el que dijo que Cataluña, nuestra tierra, vive una gran anomalía democrática por desobediencia en una operación de asalto a la legalidad constitucional. También que se maltrata y se humilla a los constitucionalistas en la Universidad, que hay adoctrinamiento en las aulas escolares, que Cataluña es el único lugar del mundo donde no se puede estudiar en la lengua oficial del Estado, con un presidente prófugo de la justicia y sustituido por su valido racista. También añadió que en Cataluña hay una profunda factura social. Que se pretende enfrentar a Cataluña con España, cuando en realidad se trata de un enfrentamiento entre catalanes constitucionalistas y separatistas. Asimismo, en ese minuto eterno, señaló que con el partido socialista se ha producido una involución, legitimando a personas que se empeñan en el delirio de atentar contra la continuidad del Estado de 1978.
Primero el Rey, después Cayetana. España se está quedando vacía. Vacía, porque a la izquierda no le gusta escuchar las dolorosas verdades que atenazan realmente el corazón del pueblo, y a la derecha, tampoco.
María José Ibáñez