Te estremeces, te quedas sin aliento, sin poder comprender lo ocurrido y el corazón parece romperse a pedazos. El presidente del Gobierno, el señor Pedro Sánchez, ha lamentado el suicidio de un etarra, confinado en la cárcel al haber asesinado a un joven, Miguel Ángel Blanco, por el simple hecho de ser representante político de un partido no nacionalista. El gesto lamentable se agudizó más aún al acompañar la voz con la mirada. No fue un simple movimiento de los ojos, un estímulo ajeno a su voluntad, todo lo contrario, tuteló a los representantes de Bildu.

Muchísimos españoles abarrotamos las calles para exigir con nuestra presencia y con nuestras manos blancas el retorno de una víctima de la intolerancia. La intolerancia más feroz, anteponer una idea a la vida, nos abofeteó a todos. Nuestros deseos no se cumplieron, el compás del reloj nos dejó la noticia dramática de su muerte. El dolor recorrió todos los rincones de nuestro país.

En aquellas dramáticas horas de espera el gobierno de José María Aznar no claudicó ante el chantaje del terrorismo. La presencia de la familia del joven vasco secundó aquella tumultuosa manifestación y afirmó la libertad.

Y ahora después de años de su pérdida, las palabras de condolencia y una sumisa mirada a los herederos de la barbarie, claman la dimisión de quien ha protagonizado tal ignominia. El señor Sánchez no merece ser el presidente del Ejecutivo de un país que ha sido golpeado con pistolas y explosivos, que ha sufrido la perdida de muchos compatriotas, políticos, miembros de las fuerzas del orden, simples ciudadanos y niños.

El eco de ese pésame pronunciado en el Senado, la soberanía nacional, se repetirá cada vez que su protagonista tome la palabra, es el epitafio de su presencia en política. Nada podemos esperar de quien “ todo vale para conseguir y mantener el poder “.

Ahora a los ciudadanos les toca ser conscientes de lo ocurrido, rememorar la escena presenciada a través de los medios informativos y exigir la valía personal a los que deseen ocupar las instituciones, gobernar, impartir justicia, administrar….La sociedad debe marcar las pautas de convivencia, valores heredados y nuevas aportaciones, siempre adelante.

El retener en la memoria el sufrimiento, el recuerdo de nuestros muertos y en especial la manera de perder sus vidas, fruto del encono, del odio, de la animalidad, nos permitirá abrazar la verdad de lo ocurrido e impartir justicia. No se puede poner un tupido velo sobre hechos tan luctuosos, tener en los escaños a quien los apoya y permitirles incumplir la ley, vitorear a los artífices del terror. La historia es la que es por muy dura que sea, no se puede reinterpretar, ni redactar una narración alejada de los hechos ocurridos en los tiempos de plomo.

Aún muchas familias necesitan acariciar con sus oraciones el recuerdo de sus familiares y se conseguirá el día que se pongan nombres y apellidos a los autores de los hechos.

Ana María Torrijos