En una coyuntura en la que parece que de lo que se trata es de ver quien hace más el ridículo, sin que haya límite alguno a la propuesta, debemos estar dispuestos a ver situaciones y escuchar comentarios de todo tipo y calibre.

Nos puede sorprender ver a todo un payaso lanzar un pregón. Algo que, hasta cuando piensas en el más recóndito pueblo, asocias con un momento serio y trascendente. Y, si pensamos en la Ciudad Condal, a la que se le otorga (otorgaba) cierta envergadura e importancia, más todavía.

A cualquiera que se le pregunte al respecto dará por sentado que la persona elegida, para un momento como es la inauguración de la principal festividad local, lleva implícita una relevancia social y solvencia moral justificante de la elección. Pero no perdamos de vista ni saquemos conclusiones precipitadas sin antes valorar el contexto real en el que vivimos, con todo este circo con el que ya estamos familiarizados y que dispone de carpa fija y compartida en la plaza de San Jaime, para uso comunitario de los gobernantes de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona.

Por tanto, a tenor de los acontecimientos, podemos ver que todo es admisible y que la lógica se desmorona, apuntalando, en cambio, una dinámica en la que se cede el protagonismo al desbarajuste absoluto.

No nos ha quedado más remedio que soportar al payaso haciendo lo que sabe. Un personaje que, aprovechando las circunstancias y obedeciendo al credo que profesa, se puede permitir el lujo de lanzar soflamas que alienten al “lacismo” de los violentos hiperventilados incendiarios a coste cero.

Difícilmente quedará en el olvido el discurso del bufón de la «republiqueta» en las fiestas de la Merced del 2020, el año del Covid. Sin reprimendas y con total impunidad se ha permitido el exceso de tildar a más de la mitad de sus vecinos como inadaptados por el mero hecho de tener como lengua de uso común el español. Una lengua que, como el catalán, es cooficial en nuestra comunidad autónoma.

Usar el calificativo de inadaptados no deja de ser un ejemplo más de su supremacismo, así como de la dificultad que les supone digerir que la realidad social catalana se viva utilizando la lengua que mayoritariamente sigue representando a los catalanes, pese a las imposiciones y el ventajismo insultante en favor de la lengua, también de todos, que ellos creen que es solo suya. Ante tal evidencia de provincianismo no nos queda otra que asumir que estamos rodeados de fanáticos.

Una situación inverosímil e incongruente que ha acabado por engalanar a un payaso con un momento de gloria para su mediocre posteridad, mientras se ha combatido hasta el último aliento la presencia de Felipe VI en Barcelona durante la entrega de los despachos a los jueces. La comparación es odiosa al contrarrestar lo mejor que tenemos, representado en la Jefatura del Estado, con todo un payaso bufón al servicio del separatismo que, como contrapartida, se le premia con algún alboroque, además de voz y bombo. Esta es nuestra incomprensible realidad a fecha de hoy.

Resulta que a Felipe VI no se le permite venir, estando plenamente legitimado por su cargo para el acto en cuestión, con el único objetivo de contentar al separatismo y que los Picapiedra del Gobierno tengan algo que presentar a sus amos además de la repetida genuflexión, mientras sus lacayos municipales no sienten vergüenza al darle el micro a todo un personaje como el clown Poltrona para que babee sus miserias. Esta es la España que tenemos y que tendremos hasta que alguien, quizás el que le han dicho que no venga, diga hasta aquí hemos llegado. Apoyo no le faltará, valentía esperemos que tampoco.

Ánimo Majestad, está en su mano y decisión liberarnos de este miserable Gobierno. Las circunstancias exigen que asuma un rol diferente al actual. Ellos no van a tener complejos para seguir traspasando líneas rojas, llegando a humillarle siempre que lo crean oportuno. Tan solo, tras sacar la basura, debe asegurar con su rúbrica que firma el nombramiento de un Gobierno que, verdaderamente, piense en España y los españoles.

Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans