En el Congreso de los Diputados se ha debatido un voto de censura al Gobierno. Críticas y apoyos han resonado en el hemiciclo, horas dedicadas a redactar esos discursos para luego vocalizar frase a frase su contenido mientras el coronavirus deja un rastro de llanto y sus efectos en el sector laboral destruyen puestos de trabajo con la consecuencia inmediata, la precariedad en las familias.

La crítica es imprescindible para la configuración de la sociedad, ese contrastar ideas, pareceres, propuestas y todo lo que se puede imaginar, potencia la creatividad y aporta un plan mejor para cohesionar la vida en común.

En este punto se requeriría hacer una intensa reflexión para considerar las muchas ocasiones e instantes que hubieran sido propicios para censurar de largo lo que se hacía o lo que se dejaba de hacer. Repasar nuestra andadura política y social nos ofrecería infinidad de ellos y si asumimos formar parte de un Estado de Derecho, nos permitiría reconducir la valoración que estamos obligados a hacer.

Censura por haber traspasado a las Comunidades Autónomas las competencias en educación, que fue el inicio del adoctrinamiento nacionalista en las aulas, censura por la debilidad ante la inmigración ilegal que plantea muchos altercados de violencia y un gravoso peso económico, censura por no agilizar la salida de los okupas de las casas o locales usurpados, un flagrante ataque al derecho de propiedad; también dignos de censura son los coqueteos con gobiernos comunistas hispano-americanos, igualmente el no cumplimiento de las sentencias dictadas desde los tribunales en defensa del derecho de los ciudadanos a la lengua española, oficial en todo el territorio nacional, censura por la falta de respeto que se lleva a cabo en algunas televisiones públicas, agresiones a las instituciones, a la bandera , al himno y a la figura del rey Felipe Vl, censura por el uso político del Tribunal Constitucional, por permitir en la vía pública altercados pero según quien los capitaneen, censura al facilitar por intereses políticos la salida de la cárcel o en todo caso la suavidad de las penas a los que encabezan la lista de actos terroristas, censura por falsas acusaciones delictivas al contrincante político, por hacer de la mentira el contenido de las intervenciones en el Congreso, en el Senado y en todos los demás foros institucionales…… y un largo etcétera que ha ido minando el modelo democrático que rige en España.
¿ Es esto Democracia ?

Delegamos en los políticos el estar a la cabeza de la Administración, pero nunca debemos permitirles que superen los límites que conllevan restringir nuestros derechos y libertades. Si por desidia, temor o menosprecio a nuestras obligaciones como ciudadanos, volvemos la espalda al marco constitucional vigente, herimos de muerte a la Democracia.

Ahí estamos, en una encrucijada y nuestra respuesta debe ser firme pero la más sensata posible, la que permita sin estridencias reaccionar a todos aquellos que se encuentran en posturas poco definidas o temerosas de lo que acarrearía el decir – ¡ hasta aquí ¡ -. Hay momentos en los que la única alternativa es atajar las malas actuaciones del Gobierno, el ponerle delante el texto de la ley escrita e indicarle que la está sorteando. La oposición debe actuar como tal y dar explicaciones lo más amplias posibles de todas sus decisiones. La claridad no está reñida con la paz social, pues si hubiera sido así desde un principio, no tendríamos la sensación de que el Estado no tiene instrumentos para velar por su normal funcionamiento en la defensa de lo establecido en la legislación.

La disyuntiva se centra en querer el modelo de vida que cada uno elija, escolarizar a sus hijos según sus criterios educativos, programar sus dietas, decidir su residencia, sus vacaciones, sus lugares de ocio y también practicar el rezo comunitario en el recinto de una iglesia o por el contrario echar un velo sobre los derechos básicos del individuo que afirma la Constitución y de la que alejarnos sería echar el cerrojo a la libertad.

La Cámara Baja puede empezar a ser un bunker, en la que de vez en cuando los diputados ocupen sus escaños para vitorear las vacías palabras del Ejecutivo.

Ana María Torrijos