España venía presentando importantísimos desequilibrios macroeconómicos desde hace ya un tiempo. No quisimos aprovechar los años de crecimiento de nuestra economía para afrontar reformas estructurales que modernizaran el sistema productivo. No quisimos aprovechar las vacas gordas para aligerar la administración, reducir nuestra deuda pública, actualizar nuestro mal asentado sistema de pensiones, poner orden en nuestro mix energético, digitalizar la economía, revisar el mastodóntico estado autonómico y hacer un país más competitivo en el mundo global en el que vivimos. El Gobierno de España hizo más bien lo contrario: “viernes sociales”, despilfarrar a crédito y vilipendiar a todo aquel que avisaba que se estaba mascando la tragedia.

Entonces llegó la maldita pandemia y la desastrosa gestión pública de la misma. Hemos batido, no por casualidad, todos los récords mundiales de fallecidos y calamidad económica. Quisimos salvar vidas a costa de la economía y no logramos ni lo uno ni lo otro. Este año el PIB caerá más de un 12% y el déficit público superará los 130.000 millones. El Gobierno de España lo fía todo a las insuficientes, condicionadas, prorrateadas y finalistas ayudas europeas. Sigue sin poner en marcha reformas estructurales y sin ajustarse el cinturón de seguridad ante el calvario de curvas que tenemos por delante.

Es cierto que España aún logra captar en los mercados el dinero que necesita para financiarse. Aún no ha estallado la crisis de deuda porque ahí está Europa, y particularmente Alemania, para “avalar” nuestra artificial solvencia. Pero ese apoyo financiero ni será infinito y ni perpetuo. De hecho, prestigiosos analistas económicos bávaros que ya están alertando sobre la vulnerabilidad de nuestro país. Tarde o temprano, nuestros socios comunitarios se cansarán de sostener al “lisiado” financiero, más aún si ven que el enfermo no hace ningún esfuerzo de consideración para superar su situación. España, con un tejido empresarial devastado y un gobierno manirroto al volante, va a necesitar el mayor rescate de la historia moderna y nos impondrán medidas de ajuste que nos van a costar sangre, sudor y lágrimas.

Esta crisis será mucho más dura para España que la de 2008. Muchísimo más porque nuestro tejido productivo y empresarial está en la UCI. Nuestro gobierno, atestado de Varufakis con moño, no va a poder mantener su actual nivel de gasto público como si aquí no pasara nada, como si viviéramos aún una etapa de expansión económica. Sus tentaciones de subir todos los impuestos habidos y por haber no cubrirán los sistémicos desórdenes macroeconómicos, y sí en cambio, serán la puntilla a cientos de miles de empresas ya asfixiadas.

El rescate y la intervención que sufrió Grecia en 2010 será un juego de niños en comparación con lo que nos viene a nosotros los próximos cinco años. Las consecuencias serán durísimas de digerir: notable empobrecimiento de la población, emigración masiva de nuestros jóvenes, deuda pública cercana al 150% en muy pocos años y falta de liquidez y confianza para iniciar nuevos proyectos empresariales. La extrema izquierda aposentada en Moncloa lo sabe y por eso lanza continuas cortinas de humo para anestesiar a la población preocupada por lo importante.

Sé que piensan que parezco catastrofista. Normal, pero el que les habla ni les quiere engañar ni les va a explicar el cuento de la lechera. Los números cantan.

Antonio Gallego