Los Reyes Magos me han traído este año varios muñecos de última generación. Me han traído el búfalo del Capitolio estadounidense, también un muñequito calvo y con gafas que grita: ¡Apreteu, apreteu! y un rebaño de ovejas algo deslucidas que, si las pones en medio de una calle principal, cortan el tráfico con el consentimiento explícito de las autoridades y protección policial pagada por los mismos vecinos a los que molestan. El rebaño, además, baila sardanas, te canta «Els segadors» y gritan a coro «¡Puta Espanya!

Los he tirado todos a la basura. En realidad yo no pedí eso en mi carta. Precisamente yo había pedido un poco de ánimo para levantarme del sofá, agarrar mi bandera y salir yo a la calle, pese a la pandemia, con las debidas protecciones y distancias, pese al frío y la desilusión.

También les pedí esperanza para poder mitigar en algo la crisis sanitaria, económica y política que padecemos. Para hacer algo yo, no para esperar que lo hagan los demás, los políticos, los tribunales. La política real se hace en las calles reales, se nos tiene que oír en esa Meridiana cortada desde hace un año y medio, se nos tiene que oír más que a esas ovejitas bien adiestradas para que alguien nos escuche. Se tienen que ver nuestras banderas en las calles, o al menos en nuestros balcones.

Sólo así lograremos lo que ellos han logrado usando nuestro dinero: que las calles sean suyas.

Y no, no les pertenecen, son de todos. Son de esos pobres trabajadores que vuelven a sus casas exhaustos y se ven obligados a dar un rodeo por las intrincadas calles del barrio de San Andrés, trabajadores que van a zonas de Barcelona mucho más humildes y que contemplan impotentes como cada día son insultados y privados de su libertad por quienes encima están protegidos por una policía que se ve obligada a custodiarlos.

He tirado todos esos ridículos juguetes a la basura y me he quedado sólo con mi voz, con mis reivindicaciones, con mi cacerola y mi bandera, que es la nuestra, y que aunque sea debemos colgar en nuestros balcones.

Lo he tirado todo, pero no la convicción de que la política se hace en las calles, esas calles que nos han robado. En esa vergonzosa Meridiana que nos recuerda cada día lo que nosotros no hemos sido capaces de hacer en Cataluña. Y recordemos que el 14 de febrero, aquí, en nuestras calles, se decide el futuro de España.

María José Ibáñez