Me adentro en una experiencia novedosa como es la de preparar un texto que, por su dimensión, requiere de una dosificación y reparto en cuatro capítulos y titulo este primero “escenario previsible”.

Todos estamos al corriente del contexto socio-político actual y la incapacidad del Gobierno al no saber llevar el ritmo de los acontecimientos en tiempo y forma, demostrando inutilidad y falta de sapiencia para afrontar el gran reto que supone la pandemia de Covid-19. Como he dicho en otras ocasiones, ha sido una funesta coincidencia que haya confluido dicho momento con el equipo gubernamental más incompetente que mi medio siglo de vida ha conocido.

La gestión llevada a cabo a lo largo de las oleadas del virus, inmersos ya de lleno en la tercera, ha demostrado que tenemos un Gobierno capaz de escurrir el bulto y liberarse de la presión decisoria, intentando salvar su imagen y dejando en manos del siguiente escalón institucional, el autonómico, toda medida que pueda ser lesiva en su perspectiva e interés electoralista. Y todo ello en un escenario político en el que se ha admitido la cesión de gran parte de la gestión pública, incluida la peligrosa y manipuladora comunicación (si se deposita en manos de gente sin principios) en favor de ese comunismo rancio que estaba en pleno declive. A lo que debemos añadir la penuria que supone el coste moral que supone el auxilio del separatismo, ya sea manchado de sangre o golpista, para perpetuar la estancia en el Consejo de Ministros y lograr mayorías en las votaciones del Congreso.

La suma de toda esa retahíla de minorías sectarias, alimentándose con gula del néctar de la rosa, ha supuesto, para un partido de Estado como el PSOE, un lastre que puede llevarle a una crisis que no merece España, necesitada de la existencia de ese referente de la izquierda con garantías, solvencia democrática, credibilidad y ejerciendo la alternancia en el poder. El socialismo español, secuestrado por el interesado “sanchismo”, obedece sin ambages los criterios de su líder, sin que haya apariencia de involución (necesaria) en el corto plazo, a pesar de los dolores internos que le puede suponer a un gran número de barones del partido, acomodados y vividores en sus respectivas poltronas, que usan el postureo como justificación a medio gas de las evidentes humillaciones del que lidera el partido. Es evidente que muchos no comulgan con esa dinámica de compartimento del poder decisorio en temas de alcance nacional, que da un rol impensable a los que hasta hace poco eran sus enemigos, ya sea en términos ideológicos de izquierdas, por declararse inconstitucionales e insurrectos secesionistas o, para colmo, haber segado vidas de compañeros en otros tiempos. La táctica seguida es la del avestruz, sin ser ninguno de ellos lo suficientemente valiente para poner en riesgo su continuidad y liderazgo en su respectiva taifa, claudicando ante las exigencias de vasallaje impuestas desde Moncloa.

Esa apariencia de falta de escrúpulos y de necesidad imperiosa por mantenerse en el poder, con términos ególatras muy en prevalencia, se acumula con la percepción de la situación real que tiene la sociedad española, mucho más allá de la palaciega guerra que pueda darse en Moncloa o Galapagar, o entre ellas. Todos vemos que, al margen de las sumas aritméticas para lograr investidura, presupuestos o hipotecar la nación española, su lengua e historia; estamos inmersos en una dramática crisis que abarca innumerables sectores.

Los costes en el ámbito sanitario son incalculables, con decenas de miles de vidas de compatriotas perdidas, evidenciando ante el mundo nuestras carencias y demostrando que somos, en términos relativos, de los peores países con datos de óbitos, contagios e incidencia del Covid-19. A lo que sumar, recientemente, el ridículo y poca reacción para planificar oportunamente la inmunización con las ansiadas vacunas.

Y es imperdonable el auténtico desastre económico y la ruina de la economía productiva, con la quiebra de miles de empresas, que ha derivado de la falta de previsión y acciones en defensa de nuestro sector empresarial. La Administración no ha ejercido la tarea deseable de ser el refugio temporal que diese continuidad a todos esos pequeños empresarios que, conforme agoten sus opciones, bajarán definitivamente la persiana. Algo que podía haberse suavizado con otra prelación en la asignación de los escasos recursos de las arcas públicas. No tiene lógica alguna que estemos en un nivel de deuda pública en máximos, siendo el país que menor sacrificio económico ha llevado a cabo para reflotar empresas angustiadas por la situación pandémica. Igual los recursos no estén yendo donde deberían o, sin entrar en detalles, no se haya pensado suficientemente en nuestras necesidades endógenas. Algo que hace comprensible la frustración de numerosos empresarios y comerciantes minoristas, al ver las políticas de subvenciones y el reparto de fondos que se está llevando a cabo, comparando lo que hacemos con las ayudas directas de otros Estados de nuestro entorno, mucho más gratificantes que las limosnas aquí circulantes. Poco es mejor que nada, pero hay que ser realista y reconocer que lo que ha sido notificado como ayuda en España no pasa de lo simbólico y, en muchos casos, con destino al pago de las propias obligaciones impositivas. Es imperceptible el tacto del que se dice Gobierno progresista con las empresas, al acompañarlas en su difícil travesía por esta crisis aguda, pero tampoco olvidemos lo inoportuno que es aceptar incrementos del 20-25% en servicios públicos de primera necesidad, estando en plena pandemia, tras toda la historia de quejas que llevaron a cabo los ahora gobernantes siendo la oposición y, encima, pidiendo a la ciudadanía que se quede en casa –consumiendo luz y gas-, minimizando movimientos.

Pero si el objetivo del Gobierno era aguantar debemos considerar que su política ha sido del todo exitosa, aunque haya sido a costa de ceder y conceder, sacrificando incluso la nación o nuestra lengua común. Han sabido consolidar una longevidad ilógica a tenor de los resultados, demostrando que es muy fácil claudicar vendiendo lo que no es tuyo y, como gobernante, sólo custodias temporalmente. Para “las muletas” de este singular equipo que nos gobierna, la conveniencia de tener a mediocres manejables gobernando es un caldo de cultivo ideal para sacar todo lo posible y seguir acumulando éxitos y logros, siempre anteponiendo el beneficio propio, con el plus de hacerlo en contra de España, lo que da sentido a la propia existencia de los partidos nacionalistas y separatistas.

Y, pensando en el ámbito autonómico, centrándome en lo acontecido en mi comunidad, lo cierto es que requeriría de un tiempo demasiado largo para explayarme en todo lo que supone ser gobernados por auténticos fanáticos extremistas. Me remito para ello a mis columnas a lo largo de todo este tiempo, que pueden servir para demostrar el cariño eterno que les profeso a todos estos gobernantes separatistas que, sin tener socialmente mayoría en Cataluña, son capaces de imponer las directrices más radicales en favor de los que les acarician el lomo, con hostilidad frente al que piensa diferente o, sencillamente, siente orgullo por su patria (la real) y su lengua de alcance universal.

Ahora, con la expectativa a corto plazo de vernos ante las urnas para hacer posible un cambio en el Gobierno con sede en el parque de la Ciudadela, las vibraciones no son, como veremos en los siguientes capítulos, de lo más optimistas. El escenario previsible ante el que nos encontramos, si atendemos a la opinión que se palpa a pie de calle o a través de las encuestas es, además de una muestra del hartazgo generalizado, de un resultado en el reparto que mostrará mayor debilidad parlamentaria del constitucionalismo. Una foto que sabrán utilizar los separatistas para incentivar sus propuestas rupturistas. A estas alturas nadie debería dudar del enfoque plebiscitario oculto que viviremos siempre en todas las citas electorales, con la profecía de unos resultados en la próxima, si se materializan las previsiones, que dará argumentos preocupantes ante la opinión pública, aunque sea mostrando una imagen que sabemos está viciada, pero que servirá para trasladarla al resto de España, nuestros socios europeos y con eco en todo el mundo.

Estamos sobradamente avisados, nos lo ponen hasta en carteles en la calle, en cuanto puedan volverán a intentarlo, aunque sea sacando provecho del lastre que supone, para los que de verdad amamos Cataluña, la existencia de una ley electoral que otorga diferentes pesos específicos a los votos en función de donde esté la urna en Cataluña.

Es preocupante que los 40 diputados que sumaba Ciudadanos y Partido Popular en el Parlament sean difícilmente recuperables, a pesar de la aparición de VOX como nuevo partido constitucionalista en estos comicios. El posible crecimiento del PP, aun doblando su presencia, junto a la aparición de los de Garriga con grupo parlamentario propio, no compensará la vaticinada minoración de los que ganaron en la anterior cita electoral.

En este sentido, conviene tener en cuenta el varapalo en las ilusiones que puede traer consigo el considerar al PSC como depositario mayoritario de la salida de votos que auparon a Ciudadanos. La candidatura del filósofo Illa, con todas sus carencias y los costes derivados de su gestión durante la pandemia, al ser responsable del Ministerio de Sanidad, sacará todo el provecho posible del amparo mediático y promocional que se hará de su opción electoral. Demasiadas mentiras y mucho riesgo, si se piensa que es una buena y fiable candidatura desde la vertiente de defensa de la Constitución, partiendo de una persona que admite y defiende la existencia de la “nación” catalana y se sabe que será el posible bufón de relleno en una coalición liderada por los republicanos de Esquerra. Flaco favor se hace con esos votos si se enfocan, erróneamente, como voto refugio del constitucionalismo.

Con los indultos en trámite, como beneficio compensatorio en favor de los socios del Gobierno, pese a que declararon la independencia unilateralmente y deslegitimaron la legalidad constitucional española (conviene que lo refleje porque parece que se nos olvida), más la venta de sentimientos pronosticable tras el próximo 14 de febrero, el escenario previsible al que nos vemos direccionados nos aconseja, con el sosiego que aconseja la salud y la cordura, que nos agarremos bien porque, sin lugar a dudas, vienen curvas.

Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans