Cuando el contexto es propio de la peor de las pesadillas, parece que nos queda una esperanza en la que cimentar nuestras expectativas e ilusiones.

Haciendo aguas en todos los frentes, ya sea el municipal, autonómico o nacional, nos queda tan solo reconfortarnos con la solvente postura de quien pretende y ejecuta acciones para reconducir el desaguisado que lleva siendo, desde el inicio de la paranoia del proceso separatista, la dinámica cotidiana en la que vivimos y convivimos todos los catalanes.

En pleno abandono del sentido común y en plena alerta ante la dramática situación de máxima toxicidad en las instituciones políticas que elegimos los ciudadanos, se erige la figura de nuestro rey, el de todos los catalanes, como una luz generadora, incitadora y garante para los proyectos de futuro y avance que necesita nuestra economía y sociedad.

Él no nos falla. Se ha convertido en el emblema que necesitamos los catalanes y todos los españoles para que, como Jefe de Estado, marque la senda para reconducir y compensar el destrozo que tanto inútil político nos ha generado. Su contribución demuestra, de forma empírica, la utilidad que tiene el no tener que elegir, cuando se tiene la suerte de disponer de una persona altamente capacitada que evita tener que decidir entre penosos, malos o inservibles.

No nos pasa desapercibido el coste que lleva implícito tener en el Ayuntamiento de Barcelona a una alcaldesa y gobierno municipal que son un auténtico desastre. Poco queda por decir ante la evidencia de que tenemos a unos políticos lazis en plena negociación del reparto del poder autonómico, asumiendo el coste de subir al carro a los mismísimos antisistema con el ánimo e intención de seguir desarrollando su metástasis mental. Y, ante lo vergonzoso del perímetro catalán, carecemos de sentido común y medidas coherentes por parte del Gobierno de la nación, al verse intoxicado por impresentables apátridas que fraguan y planifican, con el liderazgo de perroflautas palaciegos y separatistas multicolor, el finiquito de nuestro país y la cesión de nuestras almas.

Por eso, dejando al margen tanta vergüenza moral irrecuperable, con la vitola de político electo, incapaces de respaldar con su presencia el esfuerzo inversor de una multinacional como la dueña de SEAT, emerge la figura de Felipe VI como el que proporciona estabilidad y criterio, el que saluda a las inversiones y al progreso de nuestra industria, el que aplaude la entrada de capitales y el desarrollo de nuestras empresas, el que da la cara por la imagen de nuestro país y sus capacidades, el que incita a la recuperación y la mejora de nuestras empresas y ciudadanos y, por encima de todo, el que no falla cuando toca tirar de las orejas al rebelde. Por eso, agradezco a su majestad el rey Felipe VI la visita de la semana pasada y su apoyo a la industria catalana.

Debemos volver a ser la locomotora de la economía española, condición perdida por los efectos derivados de tanto fanatismo egocéntrico que, en un pleno de narcisismo patológico, ha dinamitado el futuro de muchos catalanes con el engaño de esa tóxica y fraudulenta ilusión incitada desde los medios del régimen separatista y las escuelas impartidoras de doctrina.

Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans