Transcurrido cierto tiempo y tras varios recambios en la función que abandonó tras el órdago a la legalidad constitucional vigente, el que fuese gran escapista, con su inolvidable y estelar show con aparición a más de mil kilómetros de distancia, sigue aparentando ser el dueño del cortijo. Esa es la mejor conclusión que se puede sacar si observamos la evolución de las actuales negociaciones entre las diferentes facciones del separatismo catalán, con objeto de lograr la investidura y gobernar en nuestra comunidad autónoma.
Ya nos conocemos bien el reparto y los principales protagonistas del teatrillo. Y, ojalá me equivoque, a pesar de todas las pantomimas que puedan darse a lo largo de estos insufribles capítulos de farsas y apariencias, con bloqueos y tensiones que son parte de la trama, sabemos a la perfección que no dejarán pasar la oportunidad de copar el poder institucional usando en su beneficio el pírrico apoyo del 27% del censo electoral. No conviene que los catalanes leales y legales perdamos de vista que ese porcentaje representa el verdadero logro y techo del separatismo, como tampoco interesa que lo olvide el Gobierno de la nación, Europa y el mundo entero.
Ellos van a seguir jugando sus bazas aprovechando la permisividad de quienes, en caso de tener gobernantes serios, deberían poner los puntos sobre las íes desde la Carrera de San Jerónimo. Saben que están a la baja y que no representan, ni de largo, a la mayoría de los catalanes. Ha quedado demostrado su límite electoral, que les ha hecho sumar 700 mil votos menos en favor de la ruptura, aunque la ley electoral y la abstención les haya facilitado adueñarse de las expectativas y el futuro de los cerca de ocho millones de catalanes.
La falta de interés e irrelevancia otorgada a una convocatoria en pandemia, con otras preocupaciones mucho mayores en la mente de los votantes, ha otorgado la victoria de forma aplastante a la abstención, con una cifra que ronda el 47% del voto censado. Dicha anómala circunstancia, con especial relevancia en poblaciones notoriamente constitucionalistas, ha permitido que la cifra de poco más del millón de votos separatistas sirva para hacerlos depositarios de la situación y, desgraciadamente, del porvenir de todos.
Con la experiencia acumulada, sin olvidar la violencia implícita y vinculada con el separatismo, han sabido cimentar las bases para llegar a este punto en el que la confrontación social y su incivismo se han convertido en cotidianos. La sectaria contribución de los medios de comunicación controlados por la Generalitat, junto al adoctrinamiento escolar, han cumplido con las expectativas. La cosecha de largos años de manipulación y mentiras ha creado fanáticos desconocedores de la realidad, que llegan a ser capaces de negar sus raíces y apellidos sin el mínimo remordimiento, considerando forasteros a sus propios padres o abuelos. Ahora, esa minoría social tendrá en sus manos planificar nuestro futuro sobre la base del mismo obsesivo eje de la última década, aglutinando como novedad a los mismísimos antisistema, evitando todo aquello que huela a defensa de la legalidad constitucional o ponga sentido común a la convivencia entre catalanes.
El cansino proceso debería dejar de ser el argumento único sobre el que se asienten todas las decisiones, pero parece improbable que, sabiendo los términos en los que se negocia, se vislumbre alguna opción ilusionante de futuro con la Constitución como norma base que rija el devenir de los catalanes, mientras al Gobierno español ni se le espera. Con los pactos conocidos, o en ciernes, nos vemos abocados a nuevos ridículos mayúsculos de escala mundial, al ser más que previsible la patochada que pretenderá imponer esa cuarta parte obsesiva y fanática del censo que tendrá las riendas.
Los catalanes no debemos acostumbrarnos a esta denigrante situación. Necesitamos articular soluciones que aviven la voz y la ilusión de los que nos mantenemos firmes en los términos de lealtad a España y de legalidad constitucional. Debemos ponernos manos a la obra para trabajar en crear escenarios de futuro que cambien diametralmente la visión, evitando la denigrante apariencia de tutela y control, protegido por la distancia, del Houdini sito en Waterloo, cuya intromisión debe ser inocua y su destino la penitenciaría.
Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans