Pablo Iglesias Turrión, pasará a la historia por haber sido vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España entre 2020 y 2021, o lo que es lo mismo, por no haber sido nada más que el peón de una partida de ajedrez en en la que había una casilla libre para tenerlo contento y conseguir un gobierno low cost para su presidente, Pedro Sánchez, que tuvo los mismos escrúpulos en adoptarlo como en sacarlo elegantemente por la puerta de atrás.

Hacer, hacer, no ha hecho demasiado. Lo de la Agenda 2030 suena muy bien, pero en esa movida, los que realmente manejan los hilos están muy alejados de este tipo de políticos que prácticamente les sirven para convencer, y poco, a una masa de votantes que funcionan a golpe de twitter y están dispuestas a morder cualquier anzuelo que se les lance.

Lo de Asuntos Sociales, si desenterrar muertos y remover los huesos de la pobre gente que murió en la guerra, se acepta como avance en los derechos de todos los españoles, sí, ciertamente, ha cumplido y se ha cubierto de gloria con tan ingente labor. Ha conseguido renovar algún resquicio de odio que pudiese quedar en el aire y avivarlo con una pasión mal disimulada y con su aire de víctima propiciatoria, encogido y con una tenue y pontifical sonrisa.

Si sus asuntos sociales, se referían a darse a la buena vida en su chaletito con su mujer y sus amigos (y amigas) incondicionales/as, pues sí. También lo ha hecho de fábula. Pero si se refiere a la atención de las residencias de ancianos durante la pandemia, la comunicación con ellas y su dedicación exclusiva en el momento que más se necesitaba a alguien responsable gestionando ese ministerio, Pablo Iglesias, pasará a la historia como la representación de la negligencia social más flagrante.

Las leyes que ha promovido son asimismo muy inspiradas en la destrucción de la vida. Su visión del aborto, como medida de protección a la mujer, es altamente contradictoria, ya que incluye la posibilidad de que las jóvenes menores de edad puedan llevarlo a cabo a espaldas de sus progenitores, sin apoyo familiar en la toma de decisiones sobre una cuestión tan extremadamente seria para las personas. Se trata de decidir sobre la vida de un inocente o sobre su muerte.

Si podemos admitir también como logro social permitir a las personas que se mueran, ha batido el record, a través de su defensa a ultranza de la ley de eutanasia (muy bella y eufemística muerte). En estos tiempos de pandemia, proponer que se recurra a provocar la muerte para solucionar los problemas y alejar a los que padecen, me parece de todo menos social. Una ley que no dota al sistema sanitario de recursos necesarios para acompañar a morir bien, ni garantiza la formación en cuidados paliativos en los Grados de Ciencias de la Salud (Medicina, Enfermería…) y que olvida que por encima de todo hay que asegurar que las personas que padecen encuentren en sus familiares y conciudadanos el consuelo y la atención humana y espiritual que da sentido a toda la vida humana.

Y ahora a esperar la Ley Trans, esperemos que los chiringuitos creados por el Ministerio de Igualdad, tan preocupado por las por las personas como el anterior, no deje a las mujeres sin en simple derecho existir.

Ayer hubo un acto político en Vallecas que fue boicoteado violentamente por los «antifascistas». A ver cuánto tarda en denunciarlo el Conde de Vallecas y Marqués de Galapagar, desde su millonario retiro vitalicio. Eso sí que es una provocación.

Ojalá el inminente fracaso de Pablo Iglesias en la autonómicas de Madrid, sea un verdadero y definitivo «mutis» por el foro.

María José Ibañez