Vivimos un momento de alegría para todos los seguidores y simpatizantes de un club como es el Real Club Deportivo Español. Sin llegar al año, con una solvencia incuestionable, se ha cumplido el periodo de calvario que supone bajar a la segunda división del fútbol español.
La competencia en la división de plata es tremenda. De hecho, si hay una característica a destacar en ella es la igualdad entre los equipos que participan, algo que puede augurar un periodo traumático, pesado y angustiante, en caso de no coger el tema con ganas y recuperar la máxima categoría cuanto antes. En este sentido, el primer equipo del RCDE ha sabido cumplir con las expectativas y devolver al club al nivel que le corresponde, con la mejor imagen y en el mínimo tiempo posible. Aprovecho el momento para lanzar un emotivo y especial recuerdo a nuestra amiga Mari Carmen que, donde esté, seguro que ha celebrado el ascenso como merece, además de lograr muchos nuevos simpatizantes del equipo blanquiazul.
Lejos quedan aquellos momentos dolorosos en los que, ya hace unos pocos años, mi ligazón sentimental con el club se vio condicionada ante la insistente e incuestionable adecuación de éste a las agobiantes exigencias de la impuesta “normalización” que hacía perder, aunque solo fuese en apariencia, lo que fue, es y siempre será el club nacido en Sarriá. El rodillo catalanista que trasciende a toda la sociedad supuso un trago difícil de asimilar ante una serie de cambios que, por ejemplo, afectaron al himno (aunque para mí siempre será el “campeón del señorío”), o con un rebautizo interesado que cumpliese el criterio del pensamiento único pretendido por los políticos inquisidores. Aun así, no he dejado de sentir un cariño especial hacia este equipo y su evolución, sumándome al gratificante éxito que supone su ascenso a la división de honor con varias semanas de antelación al final de la campaña liguera.
Ser españolista, en todos sus sentidos, con todo lo que lleva parejo el separatismo omnipresente, obliga a saber modular lo que son los intereses de los mandatarios del club, idiotizados y sintonizados con el poder político, manteniendo en lo posible el cariño por unos colores pensando en las personas y amigos que, en su inmensa mayoría, comparten las mismas prioridades que corren por mis venas, por eso lo blanquiazul siempre lo tengo muy presente. Casos paradójicos y grotescos, por no decir rufianescos, en los que se dora la píldora al enfoque político y antinatural, suponen una minoría absoluta entre los que aman al club periquito, lo que hace aún más dolorosa la intromisión de la política y del separatismo en algo que debería ser, en exclusiva, un club deportivo que tiene muy claro su vínculo sano con el deporte catalán.
En otro escalón muy diferente está el otro equipo de primera de nuestra comunidad. Para ellos, la demostración de seguidismo rastrero a dicha calaña separatista, tocando las narices a una gran parte de sus seguidores, es lo habitual y ya lo tienen interiorizado y asumido. Sus cánticos separatistas, símbolos y presencia, así lo evidencian. Sirva como ejemplo la evolución de su uniforme oficial, ese que empezó siendo azulgrana pero que, con el paso del tiempo y la politización de dicho club, cada vez incorpora más simbólico amarillo en su primera equipación. Tanto es así que, ahora, les ha dado por transformar las franjas granas de su camiseta en la cuatribarrada bandera de la Corona de Aragón, lo que nos obligará a llamarlos, en adelante, los “azulgramarillos”.
Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans