Sólo los más ingenuos podían pensar que esto no acabaría en un matrimonio de conveniencia. Al final, con la intervención decisiva de la entidad oficiante de la ceremonia que ha sabido tensionar la cuerda y demostrar su poder desde el teórico perímetro del asociacionismo ajeno a la política, se ha logrado el previsible “sí, quiero”.

Ya tenemos todo preparado para que la unión, entre los republicanos de Esquerra y los iluminados del Dios Waterloo, pueda consagrarse. Sin cortapisas ni condicionantes podrán tentar de nuevo a la suerte e ir a por esa descendencia que ambos pretenden, marginando y obviando la opinión de la mitad de los catalanes.

Como sucedió en su farándula del multivoto ilegal del 1 de octubre, en donde sólo votaron ellos y tantas veces como pudieron, se agarran ahora a la farsa de unos resultados electorales en los que han superado al constitucionalismo. Y lo hacen sin reconocer que la participación, con un porcentaje del censo ridículo para lo que estaba en juego, no es representativa, máxime teniendo en cuenta los condicionantes de una pandemia en pleno proceso electoral.

La jugada maestra les ha salido. Ni el gran estratega de la Moncloa, vendiendo humo y buena gestión como alternativa (me da la risa), pudo frenar lo que, tras el recuento, nos dejaba por debajo. Los que odian a España, y por sus actos no quieren a Cataluña, se habían llevado el gato al agua. Ya era todo cosa de tiempo para lucir victimismo, teatralidad, apariencias, disputas pactadas y enfrentamiento “quedabien”.

Desgraciadamente, estando ya acostumbrados a estos derroteros y todo su circo, se sabía que, antes o después, jugando con amenazas y calentones, aparentando desacuerdos y fricciones, dando imagen de discordia y diferentes estrategias, la concentración de esfuerzos con el objetivo común de romper España, era cosa de tiempo.

Pueden haberse dado ciertas disputas internas entre los contrayentes, pero su sentido debió centrarse en el reparto de sueldos, asesores y, en definitiva, los millones y millones de presupuesto que supone adjudicarse unos departamentos y una u otra cantidad de bufones y arlequines para reír las gracias y vivir del erario público.

Solucionar el futuro económico de los bisnietos ha debido ser el eje determinante a la hora de comunicar públicamente el enlace. Ahora nos queda saber si el régimen económico del matrimonio es de gananciales o separación de bienes. Su meta es la misma, el objetivo idéntico, el horizonte calcado y, muy a nuestro pesar, no se espera ninguna seriedad desde Moncloa para imponer capitulaciones matrimoniales.

Volvemos a sentir la esperanza de un 155 como realmente corresponde, no de pitorreo, ilusionados con un cambio de rumbo que apueste por una determinante decisión que impida que se siga con la farsa. Por el momento hemos de seguir siendo extras en esta pantomima, sufragando los costes y caprichos de los que, año tras año, se aferran a la idiotez como dogma, pero con la cada vez más viva expectativa de un cambio que ponga punto y final al show.

Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans