Tras reprimirnos durante años para evitar hacer daño a los que en teoría disponen de argumentos legales para solventar los agravios, como responsables de la gobernanza de España, llega el momento de decir claro que es el Gobierno de España el máximo culpable de lo que nos pasa a los catalanes de bien. Sus decisiones sectarias, con los indultos como gota que colmó el vaso, han tocado techo y debemos poner el pie en pared diciendo las cosas como son.
Sin duda, los catalanes tenemos dos gravísimos problemas. Pero, mientras uno es previsible al saber su objetivo final, al referirnos al comportamiento de los paranoicos del lacito y los fanáticos supremacistas inductores de la violencia separatista que representa al 27% del censo catalán, no conviene olvidar el segundo, al tener que convivir a diario con la incredulidad y asombro que supone, para la mayoría de españoles defensores del marco constitucional aprobado abrumadoramente en 1978, el riesgo generado por la conducta de los ambiciosos gobernantes nacionales socialcomunistas al mando de la política española.
Los que deberían ser garantes de la legalidad constitucional nos han traicionado, con el único argumento y motivo que es el mantenerse en el poder. Y, visto lo visto, lo seguirán haciendo hasta que, con la democracia de las urnas, podamos zanjar tanta ofensa y humillación. Esa seguirá siendo la solución esperanzadora y válida si antes no han culminado su pretensión de implantar un Régimen político de claro enfoque chavista, liquidando la monarquía parlamentaria y acallando todo atisbo de reacción política, social o mediática en su contra. Van por ese camino sin pudor alguno, mientras la sociedad sigue mirando a otro lado angustiada por el caos sanitario, económico y social que el propio Gobierno nos ha generado o no ha sabido remediar.
Es evidente que hay muchos españoles que ya están cansados. Si los que nos deberían defender son peores que los que nos atacan, la verdad es que las expectativas menguan y eso afecta al sentir y la voluntad de muchos compatriotas. A fecha de hoy, con el enemigo asentado en la Carrera de San Jerónimo y con las riendas en su poder, la lucha por España tiene un alto sobrecoste, especialmente moral, al ver que nos está vendiendo como país el propio Gobierno de España.
Esto se nos está yendo de las manos y la cosa pinta mal. Sólo recordar unos indultos sacados de la chistera, las presiones evidentes para acabar con la independencia judicial, el no reconocimiento de dictaduras cuando lo son, o unos nombramientos que suenan a chiste, como es el de un ministro de cultura y deportes que tan sólo acabó la EGB y es evidente que no practica mucho ninguno (a no ser que cuente el bailoteo). Asuntos concretos a los que sumar, de forma genérica, toda la retahíla de innumerables transferencias, cesiones y concesiones para tener contentos a unos socios que siempre negaron, hasta que vieron que serían imprescindibles para alzarse con el poder.
No tienen vergüenza. Llegan incluso a jugar como trileros con el dinero de todos. Son capaces de movilizar recursos para dotar de solvencia a la comunidad catalana y que el dinero de todos los contribuyentes se destine, sin nada que los pare, para pagar las fianzas exigidas por el Tribunal de Cuentas a los líderes de la pantomima del 1-O.No debíamos esperar mucho, con tanta mediocridad, que fuese el dinero público de todos la salvaguarda de los que quisieron romper España y llegaron a declarar una surrealista independencia. Tras condonar las penas carcelarias era cuestión de tiempo que las económicas también fuesen metabolizadas. No descartemos, con estos gobernantes míseros y afines al separatismo, que llegue un día en el que haya condecoraciones y reconocimientos por la labor del separatismo. Aquí ya vale todo siempre que les permita seguir en la cresta de la ola.
Vivimos una situación de alto riesgo, que sabe aprovechar el desánimo y las preocupaciones sociales a colación de la pandemia. Con lo que queda de legislatura y estos patéticos gobernantes, las previsiones no son halagüeñas y cunde el pesimismo y la duda en el futuro de todas, todos… y todes.
Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans