Implica aceptación, no negación y los sinónimos van de tolerancia, permiso, venia, beneplácito entre otras matizaciones. De este pequeño apunte se pueden sacar infinidad de conjeturas y de ahí deducciones varias que nos llevarán a posturas algo distantes.

En la actualidad un concepto muy en boga y reclamado con insistencia obsesiva por el partido socialista, la intención es llegar a imponer sus tesis, ”’Cuestión de Estado”’. Creíble si cuando le tocaba asumirlo lo hubiera incluido en su acción política pero no lo tuvo presente pues lo rechazó y con consecuencias de calado. El desastre del Prestige, el atentado del 11M, la epidemia del Ébola, son los sucesos más conocidos para recordar por la trascendencia que tuvieron, fue tremendo, destrozos naturales, movilizaciones de acoso al partido en el poder y lo más grave muertes de ciudadanos inocentes.

Muchas fueron las acciones opuestas a ese “consenso” tan reclamado ahora por el Gobierno, reacciones impropias de una oposición, en aquel entonces el PSOE lo era, pues fueron situaciones imprevistas que debían tener el apoyo de la clase política y luego si era imprescindible buscar explicaciones institucionales y si cabe, denuncias por las posibles negligencias, como también la búsqueda de la verdad a través de los medios señalados en el sistema democrático, que los hay y es obligado.

Ahora hay que plantearse lo que pretende el consenso o a dónde va dirigido y lo que se argumenta para alcanzarlo. El punto de partida es conocer la carga semántica de la raíz de la palabra y desde allí saber a lo que se puede llegar con la manipulación del vocablo. Sacralizar es el hábito de moda, y es lo que se pretende imponer, un dialogo continuo con el olvido de la democracia representativa, resultado de las urnas. En política hay que confrontar distintas decisiones, hablar sobre lo que se supone necesario en cada momento aunque difiera de lo que indica el Gobierno, en eso consiste el sufragio y no es de recibo eludirlo con un diálogo eterno que no nos llevaría a ninguna decisión diáfana pues podemos caer en imposiciones contrarias a la libertad de pensamiento. Ahora bien eso no quiere decir que se descarte el consenso en momentos críticos en los que está en peligro el marco constitucional o la existencia de la Nación y con ella los derechos básicos de los ciudadanos.

Imposible es el consenso en las medidas tomadas o no a la llegada del covid por interés partidista, por Insolvencia, por uso fraudulento del dinero destinado a la compra de material sanitario. Imposible el consenso en la aprobación de los indultos de quienes desestabilizaron el Estado, llenaron de violencia las calles de Barcelona y rompieron la cohesión social en torno a unos valores democráticos. Imposible el consenso en el acercamiento de presos condenados por haber cometido asesinatos y pertenecer a banda terrorista. Y un largo etcétera de NO al consenso.

Es demagogia apelar con banalidad a él y tachar a la oposición de no tener sentido de Estado, y lo argumentan quienes están socavando a ese propio Estado por tener unos socios de gobierno dañinos para la democracia y cuyos principios doctrinarios son opuestos a ella.

Las verdaderas víctimas de ese uso partidista y maquiavélico del consenso, son los muchos ciudadanos que implicados en sus actividades familiares no están en primera línea para conectar con el ritmo político y confían en la honestidad de sus representantes en la sede de la soberanía popular. Padres que sorprendidos ven el atropello que se hace al idioma español en las escuelas y se impide a sus hijos aprender en su lengua materna o en la que crean oportuna de las cooficiales, al descartar desde el proyecto nacionalista-secesionista la lengua de todo el Estado y hablada por todos los españoles. Ciudadanos que se ven excluidos del concepto democrático. Empresarios que son tildados de insolidarios, de bandoleros. Valores culturales atropellados por postulados al arbitrio de mentes vacías de conocimientos, sólo dispuestas cada día que amanece, a lanzar al aire una arbitrariedad más extravagante con tal de destruir nuestro modelo de sociedad occidental, resultado de miles de años de ejercicio de la razón, de la búsqueda de la verdad, de la igualdad y de la libertad.

De este consenso emboscada hemos de alejarnos, nos perjudica, los únicos beneficiados son los que en esa carrera arribista manosean la política para controlar los resortes del poder, dirigir la opinión pública, movilizar la calle y controlar a la masa social desde sus apoyos mediáticos, grupos atomizados que con un debido funcionamiento del parlamentarismo no podrían mandar.

Somos mayoría los que estamos por el respeto a las instituciones, que el Gobierno asuma sus competencias, hacerse responsable de las decisiones que tome y que las aplique. No nos veamos obligados por el consenso a aceptar lo que se le ocurra al Ejecutivo , sea lo que sea. Hemos de valorar con la mayor independencia posible toda acción propuesta desde el poder y también desde la oposición, lo que nos debe llevar a ser equidistantes de nuestra propia ideología en la medida que sea posible. Empleemos más la razón…..nos hará libres.

Ana María Torrijos