Supongo que la inmensa mayoría, por no decir todos, estamos muy dolidos y angustiados con las imágenes y las noticias que nos llegan desde Kabul. Es difícil recuperar el aliento tras ver la desesperación de la gente deambulando por las pistas del aeropuerto, con el único afán de encontrar un hueco o una oportunidad para salir del país, aunque ello suponga poner en riesgo la vida. Una vida que ya se encuentra en máximo riesgo por el mero hecho de quedarse en Afganistán y no ser afín al régimen talibán.

Han pasado veinte años del atentado terrorista a las torres gemelas de Nueva York y, por derivada, como consecuencia de ello, de todo lo acontecido a posteriori en tierras afganas. Con los vídeos recibidos desde su capital todavía frescos en nuestra mente, podemos concluir que este periodo largo de dos décadas, tras la intervención militar capitaneada por EEUU con la excusa de la acción terrorista liderada por Bin Laden, ha supuesto un severo fracaso para los estadounidenses y, por extensión, todos los países occidentales.

Las potencias de Occidente no han sido capaces de restablecer un orden que diese oportunidades igualitarias a todos los afganos, sucumbiendo como un castillo de naipes a pesar de todo el esfuerzo llevado a cabo. La sana intención de alejar del poder al fanatismo talibán, que tanto condiciona la vida de los afganos y, en especial, las afganas, no ha dado sus frutos y, sin paños calientes, podemos decir que el ridículo se ha consumado.

Los occidentales, el llamado primer mundo, tras tanto coste en vidas, recursos y dinero, han de escapar del país a toda prisa, mientras los talibanes se apropian y hacen suyo el ingente trabajo llevado a cabo por muchos, incluidos los españoles, pensando en dar un futuro adecuado a los tiempos a Afganistán.

El resultado final, con los talibanes como dueños de la nación y obsesionados con sus fanatismos, es catastrófico. Me emociona solo pensarlo. La plegada de velas a toda prisa y el retorno a los respectivos países de origen da una señal inequívoca de derrota. El intento ha sido nulo y, tantos años después, volvemos al punto de partida en peores condiciones, al dilapidar las esperanzas y expectativas para la ciudadanía afgana en el medio plazo.

Esta situación de abuso de los fanatismos y de apuesta radical por una creencia, sacrificando los derechos de al menos la mitad de los afganos, muchos de ellos del sexo femenino, humilla y nos hace pensar en lo que es capaz de hacer el ser humano del siglo XXI que vive anclado en el pasado de siglos atrás.

Esperemos que hayamos aprendido lo que el humano fanático puede llegar a generar, imponiendo su pensamiento o ideales supremacistas y prepotentes.

Todo mi apoyo a los afganos… de bien.

Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans