No hace falta irse a Afganistán para que las mujeres nos sintamos borradas de la realidad. Y, lo peor de todo es que aquí, en España, es precisamente el Ministerio de Igualdad, el principal encargado de hacerlo, en franca comunión con el de Educación Cultura y Deporte y del Gobierno en general.

Empiezan por negarnos el derecho a ser quienes somos: una realidad biológica, psicológica y espiritual que define el sentido de nuestra existencia de una forma tanto individual como colectiva. Esta identidad expresada desde nuestra libertad, es exactamente igual a la del sexo contrario, el hombre, que es también negado y convertido en el instrumento del engendro sociológico de la ideología de género, que tantos réditos políticos y económicos está reportando a las élites que “gobiernan” nuestra nación.

La mujer, no existe, y mucho menos cabe pensar en una mujer real que sea representada. Desde nuestras instituciones se persigue un objetivo de manera implacable que es eliminar la idea de matrimonio (no” patrimonio”), en el que dos personas deciden, por amor, unir sus vidas para formar una familia y poder cuidar y alimentar a los hijos fruto de ese hombre y esa mujer. Los recursos de ambos Ministerios van destinados a todo lo contrario: interrupción voluntaria del embarazo, eutanasia , cambio de sexo y adoctrinamiento escolar. Tampoco se contempla como algo básico el derecho de los hijos a cuidar de sus padres cuando ya han envejecido y necesitan ser atendidos con más cariño, medios económicos y humanos.

Una escala de valores, cuyo punto álgido es un desquiciado consumismo en todos los ámbitos, es la consecuencia de la ideología de género que se está implementando en todos los centros educativos desde infantil, a primaria y secundaria. Por no hablar de los medios de comunicación sumisos y vacíos de contenido. Una ideología que ignora los sentimientos como base de las relaciones humanas , las sexualiza y elimina el concepto de familia de su prepotente argumentario, pleno de palabrería propagandística.

Unas salidas laborales absolutamente precarias para nuestros jóvenes, que les impiden independizarse y pensar en formar una familia, al no poder tener acceso a una vivienda digna porque las hipotecas les son inalcanzables y los alquileres iguales o superiores a sus salarios. ¡Qué entretenidos los tenemos con el 8-M y el Orgullo Gay!

Unas madres y unos padres, a los que se impide educar a sus hijos en los valores creativos de una cultura constructiva y vital, porque “los hijos son del Estado”.

Mujeres borradas y también sus sueños, a las que al ser madres no se les permite escolarizar a sus hijos en su propia lengua, sino en la impuesta desde las instituciones, que han permitido que ese abuso contra los derechos humanos más básicos y contra las sentencias judiciales, se cometa en cada una de las taifas medievales en las que se ha convertido nuestra España, toda ella cubierta de un burka invisible e interseccional.

María José Ibáñez