Nos ha acompañado toda la vida la imagen de ser un país enfocado al turismo y al disfrute del sol y de nuestras magníficas playas. Quizás haya sido necesario un periodo como el actual, en el que vivimos con la recomendación de movimientos turísticos en vehículo propio y la proximidad a casa como consejo, para descubrir o reconocer lo bonito que es nuestro país.
Los españoles somos unos privilegiados. Eso es algo que sabíamos sobradamente pero que, en vacaciones y agendando visitas a lugares maravillosos que tenemos tanto en la costa como en el interior, certifica de una forma aplastante dicha realidad.
Pienso, por ejemplo, en los comentarios domésticos comparando playas patrias con las de otras latitudes del planeta con altísimo reconocimiento social, en los que no han cabido las dudas y preferencias por lo nuestro. Hemos de asimilar y reconocer la suerte que tenemos por ser españoles y de vivir en el mejor país del mundo.
Ahora bien, una cosa es el turismo y la belleza de nuestros parajes, en formato aseguradora lo que sería el “continente”, y otra es la gobernanza y aprovechamiento de nuestros recursos por parte de los que nos mandan y dirigen, digamos que “el contenido”. Es de pacotilla ser el país del sol, la nación que más provecho saca del disfrute de un clima incomparable y ajustado a la cúspide de la calidad de vida, a la vez que demostramos que somos ineptos para sacar provecho de los recursos que tenemos en beneficio de todos los españoles.
España no tiene petróleo, sus reservas de combustibles fósiles son nulas o irrisorias, y tampoco podemos alardear de estar sobrados de recursos hídricos, viviendo de forma cíclica momentos de alta tensión por la sequía. Pero, sin duda, nos vemos beneficiados de recursos renovables como los obtenidos de molinos de viento y, muy especialmente, el calor del sol.
Por eso no entiendo lo más mínimo cómo es que no ponemos en marcha una política energética puntera y envidiable en el mundo, en el que nuestro país sea una potencia generadora de energía, aprovechando el disfrute del sol radiante que nos acompaña y es nuestro gran referente.
¿Qué hace falta para que los que nos gobiernan apuesten definitivamente por ello?
Doy por supuesto que en un entramado socio-económico como el nuestro, en el que las empresas tienen un gran peso específico y donde hay que ser muy cuidadoso con el cariño de las puertas giratorias, para el gozo y regocijo de los mediocres políticos, la cosa no es tan fácil. Los intereses y los amigos siempre son lo primero. Pero no tiene perdón que no sepamos reconsiderar todo este asunto para que la energía eléctrica cueste menos, sea más accesible, deje de ser un lujo y nos olvidemos de la escalada de precios que tanto nos agota a diario.
Los altos impuestos recaudatorios a la luz, como pasa con los derivados del petróleo, están machacando de un modo abusivo al contribuyente, ya sea familiar o empresarial. Unos sacrifican su economía doméstica y otros su competitividad, abocando a la sociedad española a un escenario oscuro, fruto del fiasco de política energética que tenemos y la ruinosa mano de unos gobernantes que solo pretenden perdurar en sus cargos y sacar el mayor provecho posible de su paso por “el poder”. Deberían potenciarse, y acompañarse con ayudas públicas, todas aquellas opciones en las que la obtención y autoconsumo de energía estuviese ligado al aprovechamiento de los recursos que la naturaleza nos ha brindado. Saquemos provecho a esta gran suerte que nos ha supuesto ser depositarios de esta porción mayoritaria de la península ibérica que es España.
Igual así, poniendo otro ejemplo, la duda que uno puede tener a la hora de cambiar el coche, al plantear la renovación en favor de las emisiones cero, pase a un segundo plano. Debe aminorarse el efecto que supone, para el comprador, el bombardeo a diario de la escalada de costes que supone el suministro de luz y, para ello, los que nos gobiernan deberían tomar medidas que hiciesen más fácil contribuir a la sostenibilidad del planeta. Su función debería ser la de fomentar las iniciativas personales en dicho sentido, en lugar de penalizarlas o ponerlas en barbecho a la espera de que tanto inútil e incompetente deje de tomar decisiones.
Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans