La Constitución es la ley fundamental del Estado, con rango superior a todo el resto de normas jurídicas. La esencia de la democracia es simplemente asumir este postulado, reconocer que la actuación ética de una sociedad es el cumplimiento de la ley, la pauta de convivencia, la que permite las relaciones sociales libres de graves tensiones.

No se ha sabido interpretar su melodía y menos valorar su grandeza por el equilibrio que exige ante la solidez que ofrece. La demagogia, la inquina, la falsedad han sido los ingredientes que han degradado el ritmo de la vida en común. Buenos y malos, solidarios y egoístas, progresistas y retrógrados, feministas y machistas, demócratas y franquistas, cuando no fascistas, ha sido el quita y pon de la oratoria política. Y la cosecha de esa constante siembra es el panorama presente – un Gobierno desaparecido en momentos cruciales o unas medidas que se evaporan en cuanto se anuncian, unos ministros comunistas en tensión continua, con bajo apoyo ciudadano pero necesario para las aspiraciones del señor Pedro Sánchez, unos nacionalistas apoyados por la ley electoral, tratados con mimo dinerario y con unos centros penitenciarios de cinco estrellas, unos aplausos periódicos a quienes llenaron de luto a muchas familias, pero apuntalan al Ejecutivo. Los efectos de este disparate descomunal son claros, desorden en las calles con las dádivas del dinero público, agresividad ciudadana alentada por los continuos engaños salidos de las aulas, revisionismo vengativo, diana oportunista contra la oposición constitucionalista y desapego de la ciudadanía de lo que es España y su presencia imprescindible en la trayectoria de Occidente.

Este 11 de septiembre ha sido el espejo que refleja con nitidez el límite al que se ha llegado «Som una nació».

Día festivo, página de la Historia disfrazada para ajustarse al proyecto de una minoría social empoderada en mandar y seguir aumentando su patrimonio, cerrada al paso firme del avance de los derechos individuales, el color floral de la ofrenda de las distintas asociaciones sectarias con tutela oficial para agudizar el enfrentamiento y de otras en carrera por el reto impuesto de identidad, ha sido transformado en una espoleta para los gritos de rechazo a quienes desean proclamar el patriotismo y la españolidad de Rafael Casanova, un catalán como muchos que escribieron con orgullo su impronta en el relato de las Crónicas, pero «el pentagrama dels segadors» no es la melodía apaciguadora, todo lo contrario es la que impulsa el odio de los rostros agresivos, «fora de Cataluña» ,»fora las forces de ocupacio».

Via Layetana identificada con la Policía Nacional, sufrió también el acoso de los radicales, sin que el Gobierno Central pusiera los medios disponibles en un Estado de Derecho para impedir tal instigación. La Democracia desprotegida, la nación y los ciudadanos sin el apoyo institucional, sólo se cobija a los secesionistas. No importa que los estudiantes y los funcionarios se vean privados de derechos básicos, lo prioritario es regalar a los golpistas parcelas de esos derechos que se roban a otros ciudadanos.

Hoy la unidad de España es un valor que está en horas bajas, la ignominia de unos políticos que ocupan cargos oficiales por sufragio, la están difuminando o mejor dicho pretenden hacerlo. Sus símbolos están sometidos, el himno a pitidos y la bandera arriada a gusto del representante oficial de turno.

Y la guinda del pastel es la presencia del presidente del Gobierno en Barcelona «sin prisas, sin pausas, pero sin plazos» palabras que dan la clave de lo que pronostica el residente de la Moncloa, un país agazapado, sin sentido de lo que es la legalidad y la ética democrática pues da apoyo a los que la transgreden y siguen en ello. Se contradice cuando indica en su falaz discurso «ningún propósito es legítimo si atropella a una parte de la sociedad» y él mismo señala de palabra a su Ejecutivo «un Gobierno que aboga inequívocamente por una comunidad de ciudadanos y ciudadanas libres e iguales en derechos y deberes», pero la realidad le aplasta.

¡Váyase señor Sánchez!

Ana María Torrijos