No deja de ser curioso, por no decir ridículo, vivir en un contexto de tranquilidad e indiferencia con todo lo que nos está pasando. Para los que ahora les encanta llamarse socialdemócratas sólo ha sido necesario incorporar al populismo de ultraizquierda en el poder o, como sucede con los sindicatos, ahogarlos con millones y mariscadas. La paz social la tenemos garantizada tras incorporar a los agitadores al Gobierno o facilitar que chupen del bote los que se venden como defensores de los trabajadores.
Con la luz en niveles exageradamente por encima de las tarifas del anterior Gobierno, aquel de la derechona pepera, vivimos en un oasis que se hace difícilmente comprensible, pero que sirve para dejar una clara evidencia de que las movilizaciones tienen mucha relación con el ciclo de poder. Aparenta que se está a la espera de un cambio de gobernantes para volver a la calle, quejarse y liarla parda o, quizás mejor, morada. Es de sentido común que los agitadores y generadores de disturbios no van a tirar piedras en su propio tejado o morder la mano que les da de comer.
Es patético ese vínculo entre quejas, broncas, huelgas y follones con el color del Gobierno de turno, lo que demuestra que no son las medidas o los resultados de la política los que provocan la tormenta, sino que el mal tiempo social depende de los que las toman. De hecho, podemos tener claro que si los que viven con el beneficio del perdón por sus fechorías nos llevasen al caos absoluto, seguro que dispondrían del comodín del olvido y la aceptación de la penuria por el mero hecho de ser los abanderados del socialcomunismo.
Manejan el cotarro sin contemplaciones, lo que da mucha pena y miedo. Pena porque se demuestra que la gente no es libre y vive condicionada para alzar la voz cuando interesa y conviene, siendo fácilmente manipulable. Y miedo porque se demuestra que la capacidad de tergiversar es tal que, Dios no lo quiera, hasta se podría repetir la victoria en las urnas del megainútil que hoy tenemos como presidente, alargando el ciclo de desgracia hasta niveles difíciles de asumir para un pais, en la cuerda floja, como el nuestro.
Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans