En pleno siglo XXI la independencia energética es, sin duda, uno de los grandes condicionantes para posicionar una economía y que ésta sea solvente a la hora de rivalizar en el contexto internacional. Y, en este sentido, la situación de nuestro país, siendo objetivo y aparcando el patriotismo, dista mucho de lo deseable.

Muchas empresas y economías domésticas se están viendo muy perjudicadas por la falta de adaptación de nuestra estructura energética a los rigores del mercado y la creciente demanda, al abrirse una brecha preocupante entre necesidad y disponibilidad, lo que repercute en los precios con nuevos récords casi a diario.

En términos de planificación a medio y largo plazo, el hecho de condenar la autosuficiencia energética de España por el tabú a las nucleares, mientras importamos energía del otro lado de los Pirineos con origen esa misma tecnología, o nos abastecemos con la generada por el vecino sureño, en gran parte obtenida quemando carbón, opción que nosotros hemos finiquitado cerrando nuestras térmicas, describe un panorama quijotesco.

Ser adalides de la protección medioambiental, que suscribo, respeto y valoro, nos está llevando a un callejón de difícil salida. En términos de sostenibilidad la ganancia neta para el planeta es nula si tenemos en cuenta que se contamina la atmósfera compartida por españoles y marroquíes, o si asumimos que son similares los riesgos ante catástrofes nucleares para franceses y españoles, por mucha montaña y bosque que pongamos como filtro pirenaico.

La encrucijada es mayúscula. El uso del recurso hídrico embalsado, algo de lo que tampoco vamos sobrados, junto a los impedimentos y condicionantes que acarrean las instalaciones de parques eólicos o plantas fotovoltaicas, dificultan esta complicada travesía. Los elevados costes, efectos en el paisajismo, el nivel de eficiencia y, muy importante, la insuficiencia de ayudas públicas a los generadores de autoconsumo, nos aboca a una situación que, para la mayoría, podría suponer tarde o temprano el retorno a las velas y el candil.

Estamos perdidos en una nebulosa de dudas que cuestionan el futuro y la prosperidad de España, poniendo en un riesgo mayúsculo la empleabilidad y la competitividad empresarial, por un cúmulo de gobernantes que no se toman en serio algo de tanta relevancia como es la autosuficiencia energética. En nuestro caso, con la ubicación sin igual de la península ibérica, no sé a qué esperamos para apostar con fuerza por la generación sostenible y ecológica de dicho recurso. Hemos de aprovechar las increíbles oportunidades que se nos brindan, con todo el viento que tenemos y un sol que es nuestro gran referente. Necesitamos con urgencia una apuesta atrevida en favor de dichas opciones, con el reconocimiento y la potenciación pública de dichas alternativas como soluciones viables y esperanzadoras para salir del actual caos energético.

Las cosas se han de hacer de un modo inteligente y coherente. No se puede hablar de, por ejemplo, electrificar el parque móvil de vehículos de España con la situación actual de costes del kilovatio para recargar baterías, la inexistencia de infraestructura para abastecimiento o unos precios de venta de los coches que desincentivan al comprador. Alucino al pensar en los más de 30 millones de vehículos que tenemos en España conectados al enchufe, sin solventar antes el actual drama energético. Se aceptan apuestas para ver a qué precio llegaría el Kilovatio en dicho escenario.

Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans