Tras el ruido generado, hace unos años, con el famoso tiro en el pie monárquico, no me quiero ni imaginar lo que puede originar el ya histórico tiro en la sien del PP la mañana del 17 de febrero. Haciendo una retrospectiva amplia es difícil encontrar algo parecido en la política española. Los efectos son indeterminados, pero pronosticables si anteponemos el sentido común. Es complicado entenderlo. Carece de sentido esa tensión mayúscula en la sede nacional del PP en la calle Génova de Madrid, estando en una etapa de crecimiento de dicho partido y sus expectativas. No era el mejor momento para darle al botón de implosión. Un fallo garrafal, sin contemplaciones.
Es muy delicado jugar con la ilusión de muchos españoles, sean votantes o no. Visualizar en el medio plazo un motivo de esperanza para sacar del poder al contubernio social-comunista, apadrinado por todos los que quieren destruir España, era muy gratificante. Con todo esto puede que el plan se haya desmoronado en un periquete. Y, para ello, no ha sido necesaria la intervención de nada externo al propio partido, al fraguarse el destrozo de modo endógeno.
Las expectativas con vistas a las generales del 2023 se han visto altamente afectadas. Me ahorro el término finiquitado, esperando que se actúe rápido y con solvencia para minimizar daños. En este sentido, me cuesta aceptar que el aviador de Moncloa no esté valorando anticipar una reelección que, desgraciadamente, hoy veo más factible que nunca. La mera posibilidad de repetir una legislatura con los mimbres de la actual suena a chiste, tras la experiencia vivida, pero es una posibilidad no remota al ver el descalabro de los que deberían liderar el cambio y encargarse de reflotar España.
Nuestro país no se merece un Gobierno anti España, pero tampoco se merece que los que siempre han reordenado el fracaso de gestión del flanco izquierdo sean los que faciliten su continuidad. Se agudiza la sensación de que nos enfrentamos ante un futuro incierto para una nación que vive en la cuerda floja, estando en manos de los que quieren acabar con ella como única prioridad, al dejar de ver una luz ilusionante al final del túnel.
Para la opinión pública, léase los votantes, puede haberse demostrado que la alternativa a Sánchez y su comparsa también es una verdadera chapuza. Con estas riñas internas se ha adulterado la imagen y credibilidad de un partido serio y de Gobierno como siempre ha sido el PP. A fecha de hoy todo es gris, con la perspectiva cortoplacista de que lo grisáceo se ennegrezca. Buscar el fin de un valor personal en alza, con argumentos que parecen cuestionables, deja en mal lugar a los que han apostado por esa opción sin valorar sus consecuencias.
A grandes males, grandes remedios. El partido popular y sus votantes han de ser firmes al exigir que se ordene la situación interna, para que la idea ganadora vuelva a consolidarse. Se trata de una empresa complicada, pero vital y de subsistencia, que debe venir acompañada de decisiones o medidas convincentes y contundentes. Los vencedores tras todo este proceso traumático deben ser los españoles, que desean un futuro próspero para su país de la mano de un partido serio y con candidatos que demuestren su valía.
Lo que nos preocupa no es otra cosa que el futuro de España. Seguir con un Consejo de Ministros con el comunismo por bandera y las riendas en manos de separatistas, nacionalistas, soberanistas y golpistas, nos pone el vello de punta. Ha de cimentarse de nuevo el escenario político alternativo para que el cambio de gobierno sea una realidad. Para ello hay que sumar, siempre que sea necesario y sin complejos, junto a los que tienen una visión constitucional de la nación española y prefieren patria a terrorismo o ruptura. El devenir de nuestra nación, su innegociable unidad y el futuro de los españoles, deben ser siempre los principales objetivos de la política española.
Da lo mismo la fecha del Congreso regional de un partido. Y nos importa poco a los españoles el nombre de la persona que asuma la Presidencia del PP en la Comunidad de Madrid. El partido es una herramienta. Debe entenderse como la vía necesaria para dar carpetazo a la actual etapa política y volver a poner el término orgullo junto al gentilicio español. Las claves son estar a la altura y en disposición de sumar. Un tiro en la sien no va en la línea. Muy al contrario, aplana el camino para que el mal tenga continuidad y nos tiremos de los pelos muchos años más.
Los tabúes ante pactos postelectorales y alianzas no deben existir. Conviene recordar que muchos votantes van a las urnas con el único pretexto de evitar que la izquierda y su vínculo con todos los antiespañoles gane, planteándose su voto con la utilidad como argumento. Razón suficiente para perder el miedo a pactar y, por eso, repetiré tantas veces como sea necesario que cualquier suma con afines es válida, siempre que se antepongan los intereses de España.
Es ridículo que, enfrentándose electoralmente a un partido que lleva la corrupción en su ADN, que suple sus carencias con la manipulación de los medios y la mentira, que ha llegado a gobernar con el apoyo de partidos que han declarado unilateralmente la independencia de una parte de España y los que están al acecho para replicar esa dinámica, más los que han dado voz a los pistoleros de ETA, y de la mano de los que aplauden el chavismo y las desgracias que lleva implícito el comunismo, estemos vaticinando que dispongan de opciones para reeditar su Gobierno Frankenstein. No nos lo merecemos.
Pido a nuestros representantes políticos que no pierdan de vista el plan original y el deseo de los españoles. Por ello, teniendo como referente nuestro marco constitucional, considero que no les debe temblar el pulso ni, por supuesto, temer a posibles alianzas. Sin ir más lejos, el debate actual en Castilla y León ha de decantarse por la suma evidente y premonitoria de lo que debe ser el nuevo horizonte a nivel nacional. Y, llegado el momento, esperemos que el orden de los factores no altere el producto.
Javier Megino
Presidente de Cataluña Suma por España