De niños siempre se nos había dicho que debíamos obedecer, no decir mentiras, estudiar mucho, respetar a las personas y cumplir con lo mandado, que de mayor sería ajustarse a lo reglamentado. Los tiempos no pasan en balde, muchas cosas pueden cambiar, modificarse, pero no arrasar las pautas básicas que nos permiten realizarnos como personas.
La acción política, sindical y económica, desde los puestos de mayor importancia, ha olvidado los valores morales que han diseñado lo que es una formulación de vida más abierta a reconocer la presencia del individuo en la sociedad y la libertad que requiere esa presencia. Es imposible con este equipaje respetar la democracia y todo lo que conlleva.
A partir de ahí, sólo queda como punto de referencia que los ciudadanos se ajusten a esos modelos emitidos por los que tienen capacidad de decisión o dejar claro que los rechazan. Aceptarlos es saltarse la legalidad en favor de intereses ideológicos-sectarios: buscar los caminos que faciliten sortear el pago de impuestos, argumentar dolencias para no cumplir con los obligaciones laborales, incorporar al currículo falsos estudios para catapultarse, inventar un sinfín de necesidades y así disponer de asideros financieros, dirigir el modelo de vida con la única intención de mediatizar los ritmos sociales y con ello poder enmudecer al resto de los ciudadanos, meras marionetas …….y un largo etcétera. Por el contrario, conscientes de hacia dónde nos llevaría la docilidad, decir NO y luchar para conseguir los ideales que modelan una sociedad digna de serlo. Considerar a la familia pieza fundamental, un grupo humano para vivir y compartir, escenario durante largo tiempo de situaciones de todo color, alegres, tristes y hasta de discusión, pero llenas de amor, porque permite desarrollar en cada uno de sus miembros la capacidad de forjar los valores necesarios que revertirán luego en la sociedad. Una buena educación, libre de injerencias ajenas a la cultura y a la ciencia, un mundo laboral desarrollado, capaz de ofrecer una satisfacción de valía personal, una sociedad avaladora de la justicia, de la solidaridad y de saberse ciudadano de un país de larga y grandiosa trayectoria histórica.
Este proyecto es el que clama para ser seguido por quienes deseen un sistema político capaz de ofrecer a los ciudadanos la tranquilidad de saber que la corrupción no lo cubre todo, que hay mentes preclaras capaces de mantener la dignidad y el servicio debido al país que pretenden representar.
El nacionalismo y el comunismo no son buenos compañeros de viaje, esa herencia del siglo pasado hay que descartarla, sólo sembró enfrentamientos, odios y muerte. Ambos modelos de sociedad enmudecen, discriminan a todo aquel que actúa según sus criterios pero ajustados a la ley, al que desea marcar su viaje vital con los ropajes adquiridos del encuentro de la tradición y la renovación, al que se guía con la estela de la libertad.
La libertad no se consigue simplemente observando las palomas de plumas blancas, tópicos en los discursos de los juglares contemporáneos, sino hay que asumir, preservar y defender el modelo político, cultural y social que nos ha permitido arroparnos en ella.
Ana María Torrijos