Si la sociedad pierde la referencia de sus raíces culturales, inicia la senda del desarraigo y será arrastrada irremediablemente al olvido de su identidad. Una reflexión contundente pero por serlo estamos obligados a valorarla con detenimiento si es que pretendemos saber qué nos está ocurriendo en la actualidad.
La civilización occidental a la que pertenecemos, tiene sus orígenes en la Grecia clásica, en la política, en la filosofía, en la ciencia y en las artes. Fue uno de los primeros pueblos que comprendió el valor de la educación.
Llevamos años aletargados, sometidos a la decisión unilateral de unos políticos empeñados en anteponer sus programas ideológicos y su status personal a cualquier valor imprescindible para fomentar la iniciativa de los ciudadanos. La democracia devaluada en la que nos movemos, se tambalea, el edificio de la ley y de la libertad se encuentra preparado para el derribo si no se apuntala con firmeza. El estado de ánimo que ocasionó la presencia del Covid y ahora la invasión de Ucrania por Rusia, nos ha impedido ver la grave situación que nos acecha.
El sistema parlamentario liberal del que se disfruta, necesita cuidado y sobre todo saberlo transmitir a las futuras generaciones y para conseguir esas metas firmes se ha de programar desde la primera llegada a la escuela, hasta los más altos niveles académicos, un plan de estudios siempre al servicio del ciudadano, de sus aspiraciones y de sus capacidades. El principal causante del declive ha sido el socialismo pero la derecha liberal-conservadora lo ha consentido por su falta de decisión en confrontar modelos culturales. Los valores que configuran nuestro ritmo de vida, la valía de las leyes, de los derechos y obligaciones de los ciudadanos deben ser considerados y estar presentes en el ámbito del estudio para ofrecer a los jóvenes en ese recorrido las habilidades intelectuales que les harán dignos de su individualidad. La formación cultural tiene una función social importantísima, facilitar la consideración y la reflexión imprescindibles para el desarrollo tanto personal como colectivo.
Unos planes educativos devaluados en materias humanísticas, fue lo primero que nos ofrecieron los expertos en ausentar los conocimientos, casualmente de los que carecen la mayoría de ellos, por considerarlos elitistas; no hay programa más rápido para desmontar la capacidad crítica que el impedir al “pueblo” adiestrar su mente para saber dónde está el engaño, la demagogia y la tiranía. Las próximas reformas en proyecto consisten en eliminar procedimientos matemáticos y parte importante de la gramática, análisis morfológico, sintáctico. Una provocación a la inteligencia.
La precaria expresión oral de muchos de nuestros adolescentes es la prueba más clara de la pobre situación del sistema académico, que ya no transmite la inmensa información cultural del pasado de la humanidad y ni siquiera potencia los resortes cerebrales que permiten el desarrollo cognitivo. Si no tenemos sensibilidad para comprender esto, estamos en la antesala del desastre. La lectura, la escritura y el ritmo matemático son básicos para despertar las conciencias en el convencimiento de saber ganar el futuro en todos las campos, en el económico y en gran medida en el del pensamiento.
Ciudadanos, que sepan valorar lo importante que es para la convivencia y el desarrollo el discernir de qué van las medidas gubernamentales en cada momento, no se conseguirán si les damos unas aulas vacías de buenas explicaciones, del estímulo de pensar, de las materias que facilitan el desarrollo de la inteligencia.
El día 11 de este mes de marzo se recordó el atentado sufrido en Madrid, 18 años de ese cruel crimen que conmovió a toda Europa. Muertos, heridos, familias destrozadas y un país que no llegó a saber quién fue en realidad el causante de aquel dolor inmenso ni cuáles sus verdaderas intenciones. Los propósitos malsanos de unos y la complicidad de otros nos han llevado a tener ese agujero negro en nuestro pasado o presente reciente. Una encuesta a pie de calle, hecha al público que transitaba, colocó ante nuestra bajeza moral a jóvenes que no tenían claro lo que representaba ese día. Una desidia del recuerdo, un no tener las referencias para discernir el mal del bien y de ahí un paso hacía el delirio.
No se fomenta el valor que tiene cualquier acto para trazar el siguiente.
Conseguiremos llenar el vacío reflexivo si exigimos una enseñanza apuntalada en calidad de contenidos y procedimientos, acompañada de valores, el estudio, esfuerzo, disciplina, exámenes y puntuaciones. Un fomentar en los estudiantes el afán por el saber y el aprender a asumir responsabilidades. Ahí está el futuro de la Democracia y con ella de la Libertad.
Ana María Torrijos