Sin importar mucho la calidad de la canción que presentamos al Festival de Eurovisión, la fecha de celebración de éste siempre ha quedado prefijada en el calendario doméstico como una cita ineludible para pasar una tarde en familia. Incluso, por aquello de la curiosidad, durante los días previos al evento nos solemos interesar por la canción que nos representará, para sentarnos en el sofá sabiendo de antemano a la que nos enfrentamos.

Este año los preliminares han sido interesantes. Tras escuchar y ver por primera vez a Chanel y su canción, reconozco que ha sido complicado liberarse del soniquete. Algo que, dado el enfoque de esta cita desde hace unos cuantos años, hacía barajar unas expectativas que hacía tiempo que no se nos pasaban por la cabeza.

La frustración que ha llevado siempre implícito el momento de las votaciones, con el argumento reiterado de que el politiqueo domina el fluir de éstas, mitigaba una ilusión del todo ganadora, con una tarjeta de presentación de España en el Festival que auguraba un éxito seguro.

A la postre quedó claro que el jurado profesional, el que valora la canción, la puesta en escena y el vestuario, supo posicionarnos como era lógico y previsible, compitiendo con rivales que tenían una calidad comparable a la que, sin duda, era la mejor. Tanto es así que acabamos terceros tras el dictamen de los jueces musicales. Un logro que nos dejó boquiabiertos, tras sumar ocho países con el “twelve points goes to Spain”.

La posterior suma del televoto, esa herramienta que -además de negocio- se creó para mitigar los efectos de la política en las votaciones, fue la evidencia absoluta de aquello mismo que justificó su implementación. Curiosamente, este segundo lote de votos fue el que se vio marcado por la política o, en este caso, un sentimiento generalizado en favor de Ucrania.

Nadie niega el dolor y drama que se vive en dicho país. Todos estamos a favor de la libertad y reconocemos el valor de los ciudadanos ucranianos. Ucrania se merece todo nuestro apoyo y solidaridad, siendo este Festival un claro ejemplo de apoyo a su causa, aprovechando la simpatía de los acogedores y el reparto de ciudadanos ucranianos por toda Europa.

Debo decir que, en lo musical, la canción ganadora también era de aquellas pegadizas que podían estar en el lote de cabeza, pero en mi opinión huelgan comparaciones con nuestra representante, una vecina de Olesa de Montserrat que, con orgullo y una felicidad desbordante, hizo gala de un sentimiento que compartimos, con nuestra bandera al aire y el mejor show que pudo verse en el largo recorrido de las 25 canciones finalistas.

Tampoco olvidemos que sirvió para darle en las narices a tantas ridículas feminazis e impresentables fanáticas de la ultraizquierda, que montaron su circo tras la elección de nuestra canción para este año. Así como a todos aquellos que no entienden que -los catalanes de bien- podemos vivir y disfrutar de nuestros éxitos patrios, sin la paranoia enfermiza que a algunos les consume en el odio e impide vivir en paz, con la realidad por bandera. Todos sabemos que, sin el amigo de Puigdemont haciendo de las suyas, este año las cuentas salían y hubiésemos ganado Eurovisión.

Gracias y muchas felicidades Chanel, tú eres la ganadora. Diste una imagen de España que nos encantó y que agradecemos, logrando un número 3 en el ránking, acompañado de 459 votos, que será difícil de superar.

Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans