Y porque hoy, precisamente, cumplo demasiados años con la vida, viviendo felizmente como un desterrado andaluz. Alguien al que no ha cabido más remedio que morir varias veces, cuando dejando atrás amigos, destinos y paisajes, ha tenido que empezar de nuevo la vida, tanto en Madrid, Toledo o Aragón, mi patria de adopción final, territorios en los que jamás he tenido que oírme dicterios ni jotas de picadillo contra gentes que un buen día decidimos salir dolorosamente de nuestra tierra, nuestra gran zona de confort, como dicen ahora los cursis, en aras de procurar a los nuestros y hasta a los demás, si me permiten la petulancia, un mundo mejor con nuestro obligado esfuerzo de emigrantes.
Viene todo lo anterior porque tras oír alguna chirigota de Cádiz en la que se pretende poner a los pies de los caballos a la gran Olona, por pretender trasladarse de Alicante a Salobreña, como andaluz y sensible conocedor del alma de su pueblo, me han entrado de pronto, como si de una pataleta de crío se tratase, estas inevitables ganas de escribir, como médico militar jubilado, tratando de hacer de partero a mi edad, intentando con estas pobres palabras abortar, contrarrestar en algo la estupidez emergente.
Sí, porque oír algo contra alguien que pretende asentarse en nuestra tierra, era ya lo único que podría esperarme. Hasta hace unos días podía estar orgulloso de los míos y de mi tierra porque de sobra conocían que nuestra ascendencia senequista, con aquello suyo de “soy ciudadano del mundo”, nos tenía vacunados contra la patética xenofobia de otras regiones, que no habían tenido la suerte de ser amamantados con nuestra misma leche espiritual, con la universalidad del pensamiento de los Machado, Góngora, Alberti, Zambrano, Lorca, Picasso, Juan Ramón Jiménez… Las grandes personas que nos enseñaron que caminando de su mano y sus ideas, aceptando a todos nuestros iguales con los que podamos cruzarnos ,la vida es mucho más gratificante, excelente y humana.
Pero ahora, decía, me encuentro con una chirigota los pasados de días, con un pequeño grupo de graciosetes, sin consenso alguno y sin ninguna masa crítica detrás, intentando que comulguemos con sus ruedas de molino. Ay! los estrechos horizontes mentales de alguna autonomía y de alguna gente en particular, enloquecidos por el afán del nacionalismo y la exclusión ajena. Con las cosas que pretenden ser ingeniosas, pero que no encierran más que el patetismo de lo forzado y falso. “En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad”, Machado dixit. Careciendo de elegancia y mostrando, sin duda alguna, el nivel de tolerancia de su andalucismo ramplón.
Olona sabía, tras entrar en política, el que era meterse en la rueda inhumana del odio y las zancadillas, en la máquina de triturar carne. Podía hasta considerar que el haber estado cinco años en le País Vasco, en los años duros del plomo, defendiendo al Estado contra aquellos bestias, incluso ser cesada por Rajoy, a petición del PNV, era mérito más que extraordinarios para ser respetada y querida, más allá de donde quisiera presentarse, pero ya ven, no contaba con lo último: con que está apareciendo una nueva especie hibridada con las gentes del Procés, con un grupo minoritario de andaluces tan adictos al nacionalismo como los otros.
¿Acaso habremos olvidado lo que achacaban por allá a Inés Arrimadas y por lo que todos los andaluces de buena voluntad nos escandalizábamos? Sí aquello de que por su sangre andaluza no pintaba nada por las Ramblas, ¿recuerdan? Y luego sacó la mayoría que sacó. Es que no aprendemos. Pobre Andalucía.
¿Desconocemos que hasta los de Bilbao, la tierra de Unamuno, dicen que un buen bilbaíno ha podido nacer en cualquier sitio?. Y es que en España no podemos vivir sin tener que recordar eso de Manuel Vilas, el gran escritor de estar tierra aragonesa, “en España, hagas lo que hagas, es inevitable que te acaben odiando porque procedemos del odio.” De sobra sé, señora Olona, que con las espaldas tan anchas como bonitas que tiene, de no ser usted, con las cosas que se lleva oídas, su alma ya se habría roto en mil pedazos. Desconocen por Cádiz que algún gen de Agustina de Aragón anda suelto por nuestro suelo patrio. Bienvenida a Andalucía.
Dicho sea todo lo anterior, con el deseo que en nuestra querida tierra pueda seguir siendo la tierra de tolerancia y acogida que siempre ha sido. Y con otro deseo no menor: el que las chirigotas sigan siendo la gran medicina contra la tristeza que siempre han sido. Acabo con las palabras con Don Antonio, ruego que me perdonen el uso de citas: “hay dos clases de hombres: los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas.”
Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino
Miembro de la Sociedad Española de Médicos Escritores
Artículo publicado en “jnn.es”.