El 25 de julio celebramos el día de Santiago Apóstol. Una jornada que en muchos puntos de nuestro país no es festivo, aun siendo el patrón de España. No sacaré punta a este detalle, siendo sobradamente previsible mi opinión al respecto, para centrarme en el asunto que encuadra mi artículo de hoy.

Hace treinta años, sobrecoge pensarlo, el pebetero del estadio olímpico de Barcelona prendió, simbolizando con ello el inicio de unos Juegos Olímpicos que marcaron un antes y un después para Barcelona y, como no, para toda España.

Era 1992, ese año en el que los JJOO y la Exposición Universal de Sevilla nos posicionan como el centro del mundo. Algo irrepetible que unió a todas las administraciones para dar lo mejor y poner el nombre de nuestro país en lo más alto. Ahora miramos atrás, con esos ojos llorosos de los que vivimos tan mayúsculo éxito en plena juventud, y seguro que la emoción nos embarga.

Han sido muchas las mejoras que hemos visto en nuestra ciudad, de la mano del citado evento olímpico. La Ciudad Condal tiene el privilegio de ser la única ciudad española que ha sido sede de unas Olimpiadas. Algo que, en el caso de nuestra gran capital, Madrid, es merecido y de justicia. Pero sabemos que, ya sea por el estirado monegasco o por la apetencia que se tiene a repetir en ciertas ubicaciones de preferencia, no ha sido posible.

Lo preocupante, al valorar hoy nuestra capacidad organizativa, es la situación que vivimos internamente en España y la posible respuesta ante convocatorias de este tipo. Han pasado treinta años y muchas cosas han cambiado. Barcelona y la administración local poco tiene que ver con la que hubo entonces, siendo ahora Colau la alcaldesa. Por otra parte, la institución autonómica que representa al Estado en nuestra comunidad ha perdido los papeles, siendo capaz de desligarse de la posibilidad de una nueva cita olímpica de invierno en el Pirineo, o cuestionando su apoyo a la organización de un Mundial de Fútbol en la candidatura conjunta de España y Portugal, todo ello por afanes que mucho tienen que ver con el supremacismo, la prepotencia y todas esas paranoias amarillas que siguen siendo el eje central de la política de dicha administración sectaria.

Por eso, para el que quiere lo mejor para Barcelona, para nuestra comunidad y para todo el país, es más que justificado que, al comparar, nos brillen los ojos al recordar a nuestro actual rey encabezando nuestra delegación deportiva en aquella jornada inaugural de hace justo tres décadas.

Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans