El mes de Agosto para gran parte de la ciudadanía es un periodo dedicado al descanso, romper con el ritmo diario y en su lugar disfrutar según los gustos personales o simplemente hacer aquello que se tenía guardado en reposo en el baúl de los sueños, viajar, deporte al aire libre, leer y hasta dedicar más tiempo a la familia.
Pero creo que en este 2022 deberíamos emplear ese tiempo que nos resta a reflexionar en qué medida nos perjudica la “diversidad lingüística” que pregona nuestro gobierno, inspirado en el plan identitario de los sectores más reaccionarios que existen siempre en una sociedad. El respeto a una lengua de las varias que hay en España no implica desterrar la que nos une, la que nos permite a todos vivir con intensidad, con ella nos entendemos desde una parte del país hasta el otro extremo por muy alejado que esté y más aún cuando la hemos ido entre todos elaborando, lustro tras lustro sin imposición alguna. Fue cuando el proceso de la Ilustración y la aparición de los Estados Modernos requirieron una lengua oficial, entonces se eligió el Castellano la más presente en todo el territorio por el número de hablantes, el nivel cultural adquirido y su estar en las Instituciones. Un patrimonio reconocido internacionalmente y que deberíamos conservar con satisfacción.
Por el contrario estamos aturdidos, desorientados, pasivos como si no fuera con nosotros el proyecto lingüístico impuesto por la Generalidad que no es apoyar el catalán sino eliminar de la vida pública y sobre todo de las aulas el castellano, el español, con la ayuda de un discurso engañoso al servicio únicamente del historial redactado con luz opaca y con la pluma torcida por unos señores anclados en un pasado medieval en el que la población estaba sometida al dueño de la tierra, cercada por los avales de posesión. Ahora aspiran a regresar a aquel estatus pero con la batuta de la lengua como distintivo de catalanidad.
Una medida política anticonstitucional y contraria a los derechos individuales de recibir la enseñanza en lengua materna, a lo que hay que sumar el ser la lengua oficial de todo el Estado; el idioma español, la bandera y el himno son los tres distintivos de España frente a los demás países del mundo e impedir el aprendizaje con ella como lengua vehicular es desestabilizar a la Nación, aislar a los ciudadanos, perder conciencia de nuestra historia en común, de lo que todos hemos contribuido para el relato civilizador de nuestro pasado y lo más cercano olvidar nuestra esperanza en la democracia, aquel día que nos acercamos con el corazón henchido de gozo a las urnas para tener un futuro lleno de alternativas conjuntas, ahora truncado por un puñado de negociantes que pujan por el terruño, por las fronteras artificiales que les permitan meter con más facilidad la mano en la bolsa dineraria. Ocultan la gran deuda de más de 62.000 millones de euros con el Estado y se burlan de la ley, ley que el señor Sánchez dice que se ha de cumplir y que se le debería recordar que es él el que debe dar ejemplo, no premiar a los transgresores con un indulto, su cometido es aplicar, si fuera necesario, el 155 por haber actuado los independentistas contra la legalidad y siguen en ello.
La presencia de ser español se difumina, sus símbolos se ocultan a la mínima oportunidad, muchos son los municipios en los que la insignia nacional brilla por su ausencia, antes prima Welcome que Bienvenido. Y el gobierno ¿qué hace? Desjudializar la política que es lo mismo que impunidad política, pero no queda sólo en ello, también trabaja el señor Sánchez en blindar el catalán. Un tercer encuentro bilateral muy provechoso para mantenerse en la Moncloa a costa de todos los ciudadanos a los que dice representar y también para dejar cao al país más longevo de nuestro entorno.
El hacer oídos sordos a los que reclaman sus derechos lingüísticos no sólo perjudica a los catalanes también lo hace a todos los españoles. Se tendrá muy en cuenta, es un vaticinio, cuando se percaten que su casa tiene puertas blindadas imposibles de franquear, no valdrá ¡Buenos días!, tendrá que ser ¡Bon día!.
Ana María Torrijos