Es cierto que todavía queda un largo tiempo de espera, algo que, en política, puede cambiarlo todo. Son muchos los meses que restan hasta la llamada a urnas para elegir el nuevo consistorio barcelonés, pero comienzan los movimientos de los diferentes partidos políticos ante un nuevo reto que nos pondrá, para bien o para mal, en boca de todos.
La relevancia de dicha decisión, en la que se produce el reparto de representantes en el Ayuntamiento de Barcelona, es algo inevitable por el peso específico de la Ciudad Condal como capital de nuestra comunidad y la segunda gran ciudad española. Sin perder de vista la importancia relativa de todas las elecciones municipales, la decisión de los barceloneses tiene un valor extra incuestionable, como bien sabemos todos.
No es la primera vez que hablo de la existencia de una dicotomía clara en las votaciones catalanas al diferenciar el voto entre separatista y constitucionalista, con la gradación que supone la elección de una u otra papeleta entre los diferentes contendientes. El modelo estándar, que pretende posicionar al elector entre izquierda y derecha, pierde sentido en una sociedad en la que, de un modo artificial porque nación sólo existe la española, se polariza entre la defensa de ésta o la paranoia imaginativa de los que apelan a la ruptura y se creen cantos de sirenas.
Lo incomprensible, especialmente para el que vive, trabaja o pasea por la capital catalana, es la traducción que se hace en términos de representación en el Ayuntamiento, viendo la realidad mayoritaria que se palpa en los barrios y en la vida corriente de esta gran ciudad. Cuesta entender la adscripción de ediles dando voz de forma sobreponderada a las diferentes opciones separatistas, mientras se ningunea a los que defendemos la españolidad de Barcelona. Una anomalía que, en mi opinión, se debe a dos factores:
Por un lado, la interpretación errónea de que el PSC es el refugio del voto constitucionalista, aprovechándose este partido de la intención de voto de una importante masa social que sigue viendo a los viejos líderes del socialismo español -del PSOE que olvidó el rencor y miró para adelante- como referentes, sin darse cuenta de que Sánchez y su club de fans no tienen nada que ver con ese pasado, y menos aún los afines al separatismo que lideran el partido que recoge los votos socialistas de nuestra comunidad.
Y, por otro, la existencia de un abanico excesivo de opciones políticas abanderando la defensa de la nación española. Una fragmentación que impide que se visibilice el peso real de este voto, con el riesgo más que previsible de quedar en el silencio por el mero hecho de no alcanzar el mínimo requerido del 5% para existir. Ante esta hipótesis, la suma de concejales obtenidos por esos porcentajes que pueden rondar por separado el 3 o el 4% puede suponer la friolera de cero concejales. Pero si tomamos como media el 3,5% y proyectamos el voto acumulativo de las diferentes candidaturas del mismo perfil, sin complejos ni miserias, podríamos hablar de un 14% o 15% de los sufragios, lo que podría situar a la confluencia constitucionalista como la ganadora con más de 15 ediles. Una representación que, con el PSC por debajo de esa cifra, podría facilitar un gobierno municipal definido en favor del constitucionalismo o, si el socialismo catalanista no lo apoyara o se pusiera de perfil, serviría al menos para dejar una evidencia clara y definitiva de qué son y qué piensan.
En definitiva, si el año que viene nos tiramos de los pelos por los resultados municipales, y nos corroe el ostracismo derivado por la no presencia de ediles, puede ser por falta de miras y de interés real por darle la vuelta a la situación, planteando una novedosa y necesaria política que de verdad piense en lo que es mejor para los barceloneses y para España.
Javier Megino
Vicepresidente de Espanya i Catalans