¿Qué debería de suceder para que Pedro Sánchez dejase la presidencia del Gobierno?. Difícil respuesta ante una personalidad tan compleja pues ni los silbidos ni expresiones verbales en contra de su persona en su recorrido por la vía pública le importunan, ni las consecuencias calamitosas de algunas acciones de su gobierno le agobian, ni el vacío que ha sufrido al no ser invitado a ciertos encuentros internacionales le desvelan, ni siente vergüenza ante el espectáculo circense de sus últimas comparecencias en el Senado y en el Congreso.
Una alforja tan cargada de hechos reales y otros más sin mencionar, no interrumpen su plan establecido al mismo tiempo que el país se deteriora en el campo económico y social.
Mientras se limita el equilibrio de poderes, se agrede a la Constitución en muchos de sus artículos y se permite sin medidas correctoras un ultraje a la bandera en la propia sede de la soberanía nacional, el Presidente va de gira ostentando una representatividad Inmerecida y haciendo gala de coincidir en causas democráticas cuando apoya a gobiernos revolucionarios comunistas. Sorprende que tantas contradiciones a lo dicho en campaña y a lo que pregona de su partido, no le hayan obligado a plantearse el dimitir por una motivación, aunque inventada, digna en cierta manera. La honestidad es un requisito imprescindible para ocupar un cargo público y la buena preparación profesional para ejercerlo con la calidad requerida.
Y ahora a las puertas de una moción de censura será interesante oír al Presidente argumentar su discurso, cuando las informaciones que llegan al ciudadano, con dificultad pues muchos son los medios subvencionados que lo dificultan, están repletas de delitos de corrupción que miembros del PSOE han cometido a lo largo de los años, regados con comilonas y féminas alegres, cuando no de las secuelas que dejan tras sí la puesta en práctica de leyes que a quien favorecen son a los delincuentes y no a las víctimas.
Impuestos y más impuestos para facilitar el plan de vida de los que dicen dedicarse al servicio de la ciudadanía, así pueden subirse su sueldo mientras las cifras del paro son altísimas. Un nivel recaudatorio cada vez en aumento para destinarlo no a mejorar la sanidad, ni la red viaria sino para mantener a los arribistas, afines, familiares que dirigen las muchas áreas creadas para tal fin. Las salvas al aire lanzadas por los miembros del Ejecutivo se estrellan ante la realidad, mayor delincuencia en las calles, más caros los productos básicos, más permisividad a los conspiradores de la unidad nacional, más dificultades a los miembros de las fuerzas de seguridad, menos respeto a nuestros límites territoriales, menos preparación educativa, según parece para homologarnos a los muchos que ocupan un escaño en el Congreso, en el Senado y en otras instituciones.
No se puede permitir que cargos públicos no estén presentes junto al Jefe del Estado, la más alta representación, en un acto oficial internacional, aunque no puede sorprendernos cuando el propio señor Sánchez limita la presencia del Rey, en según que momentos y lugares o desea homologarse a él. Hay varias imágenes audiovisuales que dejan constancia de ello. España es una monarquía parlamentaria según la Constitución. Toda persona pública que es remunerada por la función correspondiente al cargo no debería incumplir esos deberes.
La valoración de la política está en su momento más bajo, de una parte por la corrupción, desfalco de los fondos de la Hacienda pública y de otra por la provocada anorexia de libertad en los diferentes cuerpos del sistema democrático. Es intolerable que un ciudadano deba pagar un recargo en un impuesto por estar fuera de plazo y en contrapartida un político rapiñe todo lo que le apetezca y a la hora de aplicarle la sentencia de los tribunales se libre con maniobras gansteriles.
La democracia requiere transparencia, comunicados a los miembros de la oposición y a los medios informativos, no frases embaucadoras que abofetean al pobre contribuyente ni convertir los plenos de control al Gobierno en ataques al partido mayoritario de la oposición pues es obligado responder a las preguntas por muy incomodas que sean.
Debe haber una alternativa de verdad, con el claro empeño de enderezar todo lo deteriorado, de liberar a la sociedad del lastre ideológico impuesto desde el poder con una única pretensión privar al ciudadano de su iniciativa, de su propio criterio para trazar el modelo de vida que desee. Depende de nosotros, no vendrán de fuera para ordenar nuestra casa.
Ana María Torrijos