Lo de Sánchez, con un micro delante y el enfoque directo de las cámaras, es un sinsentido. Su narcisismo ególatra en grado sumo le condena a la ridiculez. El señor de las mentiras no puede cambiar. Él sigue en su dinámica, protegiendo las dependencias que le permiten continuar en lo más alto, sin importarle el coste o las consecuencias.

Lo mejor de lo mejor se une para que el sanchismo firme el capítulo más oscuro de nuestra política. Ellos, junto con la lapa de la extrema izquierda, los separatistas-nacionalistas-golpistas entusiasmados con la fiesta de las concesiones y, ahora como foco principal tras incluir en listas electorales de las municipales a 44 etarras, los socios preferentes que dan voz en las instituciones al terrorismo, integran la fraternidad de los que odian el país que gobiernan.

El títere empoderado, dependiente y sumiso, sigue con su papel intoxicador. La campaña electoral, puesta en marcha desde el momento en que accedió al poder, se agudiza con vistas a final de año y las metas volantes de este mes. El plan electoralista va a toda máquina. Viviendas, avales, leyes con calzador y mentiras, muchas mentiras, caracterizan y son el sello de identidad de su Presidencia.

La bajeza moral del impresentable Sánchez no tiene límite. Una persona capaz de sacar las uñas para ser permisivo y blanquear a los que dan voz a los etarras que asesinaron a compañeros de su propio partido -y casi un millar de españoles-, apelando a que hace más de una década que “dicen que” dejaron las armas, mientras, cuando le interesa, vuelve a 1936 y saca el guerracivilismo y el franquismo a escena con interés y motivación electoral.

Borja Dacalan